Se echa en falta una especie de Declaración Universal del derecho de opinión, en la que se afirme tajantemente que está absolutamente permitido hablar con toda libertad de, entre otros, los siguientes temas, manteniendo sobre ellos cualquier postura respetuosa: las cuestiones nacionales, el modelo territorial, el derecho a usar la lengua materna, la tauromaquia, las cuestiones de género, el pasaporte covid, el derecho a la vida, el laicismo y la laicidad, la utilidad de la Unión Europea, la cadena perpetua, la eutanasia, el fútbol y los derechos humanos en Qatar, la prostitución, los juicios mediáticos, la maternidad subrogada, la tasa por tenencia de animales de compañía, el modelo de sistema educativo, el acoso escolar, el cambio climático, la pornografía, la soberanía de Gibraltar, la gran cuestión demográfica, la presunción de inocencia, el transhumanismo, las memorias históricas, el perdón y el olvido, la inmigración, la propiedad privada, las redes sociales, la pena de muerte, el lenguaje inclusivo, el auge de las dictaduras blandas, los trastornos alimentarios, el hambre, la explotación laboral, los oscuros intereses de las farmacéuticas, la corrupción en las organizaciones internacionales, el modelo de sistema sanitario, el suicidio, la imposición tecnológica, la caza del no vacunado, la orientación sexual, los big data, el derecho a tener convicciones y el derecho a no tenerlas, el machismo, el feminismo, el cambio de sexo, la castración química de los agresores sexuales, el derecho a la desconexión, la renta básica universal, la carga de la prueba, la pertenencia a minorías y la no pertenencia a ninguna minoría, el castigo y la reinserción social de los delincuentes, la discriminación positiva y las discriminaciones de siempre, el humor negro y el sentido del humor, el nuevo algoritmo, los límites de la libertad de expresión, la obligatoriedad o no de someterse a ciertos tratamientos médicos…

Burda politización

En un mundo cada vez más polarizado en el que los sectarismos crecen y se multiplican, es urgente el fortalecimiento de terceras vías, cuyas únicas divisas sean el sentido crítico, la libertad de pensamiento, el rigor y la honradez intelectual. Los seguidores de esas terceras vías estarían a salvo de la etiquetación ideológica. La burda politización de los temas cruciales ha llevado a identificar posturas políticas concretas ante temas concretos con siglas tribales en las que se está obligado a aceptar el paquete ideológico completo.

Grupos de esta naturaleza lo tienen muy difícil en lo político y en lo intelectual. Les falta el pegamento cohesionador por excelencia, que es el de la tribu. Pero si cada vez más ciudadanos entendieran lo que está en juego y comprendieran el alcance de la manipulación diaria a la que se les somete desde los poderes públicos y desde los medios de comunicación, tal vez podrían aglutinarse en torno a espacios de verdadera libertad en los que pudieran expresarse con cada vez más libertad.

Déjense influir por intelectuales de la talla de Félix Ovejero, Arcadi Espada o Félix de Azúa. Admiren a artistas geniales y rompedores, como Albert Boadella. Aprendan con juristas del rigor de Teresa Freixes. Lean a escritores tan diversos como Javier Cercas, Juan Manuel de Prada, Andrés Trapiello, Juan Soto-Ivars o Javier Marías. Infórmense con periodistas sin pelos en la lengua como Vicenç Vallés, Gregorio Morán o Carlos Alsina. Escuchen a filósofos insobornables y valientes como Fernando Savater. Sobre todo si no les votan, presten alguna atención a políticos incómodos como Cayetana Álvarez de Toledo o Joan Coscubiela.

Censores de espíritu

Sin duda son muchos más, no pretendo ser riguroso en la enumeración. Búsquenlos en algunos telediarios, pero también lejos de ellos, apartados del foco, fuera de la foto oficial. Búsquenlos cerca de ustedes, seguro que los encuentran. Son La Resistencia, los verdaderos transgresores de hoy, los verdaderos revolucionarios del final de la postmodernidad. Antes de etiquetarles, atrévanse a escucharles y permitan que les descabalguen de sus prejuicios. Asuman el riesgo que asumieron antes quienes se atrevieron a ir contracorriente. Pásense por el arco del triunfo todas las nuevas formas de censura y autocensura que, disfrazadas de corrección política, nos van inoculando día a día sin que apenas lo advirtamos. Osen abandonar la tribu en la que se encuentran cómodos, sean heterodoxos y piensen por ustedes mismos, aunque corran el peligro de ser difamados, repudiados, cancelados, insultados, perseguidos, ignorados, prohibidos, hostigados o marcados.

Si no lo hacemos, los censores de espíritu, los aspirantes a Torquemada, las sectas identitarias, las tribus ideológicas, los ofendiditos de toda índole, los poseedores de la verdad, las víctimas de nuestras opiniones y los reaccionarios de corazón serán cada día más influyentes y nosotros, el resto, aun siendo mayoritarios, seremos cada día más insignificantes.

Gregor Antonio Postigo