Estamos en la recta final de este año 2021 que, aunque algo mejoró al anterior, no termina de quitarnos preocupación y temor, pues el bicho nos ha cogido demasiado cariño, tanto es así, que solo nos falta adoptarlo como animal de compañía y sacarlo a pasear, aunque me da la sensación de que hay algunos que ya son maestros en esto y se lo llevan hasta a las fiestas, eso sí, son detallistas, lo regalan a todos los que se les acercan. Pero dejemos al covid y a sus acólitos en paz, ya bastantes ríos de tinta han corrido al respecto.

Si tuviese que hacer un inventario sobre qué y cómo somos los españoles a cierre del año empezaría con la definición de algo que consideraba matemáticamente superado: el concepto de unidad. Para esto me voy a permitir hacer uso del artículo 2 de la Constitución española: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas».

De relleno

Aquí el concepto de unidad que marca la Constitución tiene diferentes acepciones, depende de quién la lea y para qué lo haga. Los hay que este concepto lo centran en la superficie del territorio, o sea, en el continente y el contenido, los ciudadanos, que pueden ser más o menos, van de relleno. En las últimas elecciones generales los partidos, que algunos vienen denominando, comunistas, nacionalistas, independentistas, terroristas y otras misceláneas, fueron respaldados y votados por más de 6,1 millones de ciudadanos españoles; al PSOE le votaron 6,8 millones y al PP 5 millones mientras que a Vox y a Cs les votaron 5,3 millones. ¿Cómo con este panorama podemos conformar la unidad constitucional: sobra alguien o todos somos? Supongo que lo correcto es que todos somos, ya que no son 70 diputados los que apoyan al Gobierno, son 6,1 millones de ciudadanos. Luego están los que interpretan lo contrario, es decir, reclaman un pedazo de esta tierra, dicen que se van y que al resto nos dejan solos, eso sí, se marchan con todo lo que hay dentro, moraleja: no hay más pensamiento que el suyo. Es tan pobre esta forma de ver la convivencia que debería producir, como poco, vergüenza.

Unidad es que todos somos uno, que nadie sobra, y que somos más si sumamos y no dividimos lo iguales que somos con nuestras diferencias positivas. No hagamos perversión de esa clara unidad que nos dice la Constitución. Hay 350 diputados, representantes de la soberanía nacional, y eso significa 350 votos, todos ellos valiendo lo mismo, por respeto a la voluntad popular y sentido verdadero democrático.

Perspectiva

No vamos a salirnos de ese concepto de Nación española, pero sí vamos a observarla en perspectiva y, entonces, veremos la gran desigualdad que existe entre unos espacios y otros. Me estoy refiriendo a lo que hemos dado por llamar la España vaciada y esto se produce así porque la igualdad de oportunidades, que debe darse a todas las personas no se da en todos los lugares por igual y además se les pide a quienes no la tienen lo mismo que a quienes sí la disfrutan. Hay territorios que dicen aportar más al conjunto y reciben poco, esto es lo mismo que quienes tienen altos ingresos y se quejan porque pagan muchos impuestos, sin duda, que no se cambiarían por quienes por falta de rentas no tienen que pagar nada. La solución radicaría (referente a los territorios) en esforzarse para lograr que las condiciones de desarrollo fuesen iguales en todos los lugares, seguro que, en similares condiciones, el concepto de España vaciada desaparecería. Es fácil, solo se trata de inversión en estructuras para dar lugar a capacidad de desarrollo. No quiero dejar al margen de este improvisado inventario el artículo 3 de la Constitución, que se refiere al castellano y las demás lenguas españolas, todas ellas oficiales según declara la Carta Magna.

No entiendo la lucha por el uso de unas u otras. La gran mayoría de padres hacemos esfuerzos sobrehumanos para que nuestros hijos aprendan, como mínimo, inglés, porque la globalización es un hecho, y porque, según los neurólogos, cuantos más idiomas ostente nuestro cerebro mayor capacidad intelectual proyectaremos, por tanto, esta guerra es incoherente e ignorante. Y a más, todavía no he encontrado a un catalán, ni vasco, gallego o cualquier otro con el que no me entienda en castellano, todos lo hablan, entonces, ¿por qué deseamos limitar a alguien hablar en la lengua que desee? ¿Qué nos quita a los demás? Puedo asegurar que nada. Sin embargo, otra cosa es que determinadas materias educativas tengan diferentes interpretaciones según el territorio en el que se imparten, porque las matemáticas, Física, Química, etc., son iguales en todos los lugares, entonces debería ser evidente que la historia, por ejemplo, también fuese la misma para todos los niños con independencia de la lengua en la que hablen. Por tanto, me parece una perversión que lenguas y materias educativas se usen como instrumentos de confrontación ciudadana: es el deterioro de la especie humana a caballo de la incultura.

Desigualdad

Por último, no deseo dejar de referirme a la desigualdad, tanto económica como social, que estamos viviendo, sufriendo un incremento vergonzoso. No es posible que un país desarrollado y rico como España tenga una tan injusta distribución de la riqueza. En la actualidad el 1% con más poder económico acumula el 25% de la riqueza, mientras que el 70% más pobre se reparte casi el mismo porcentaje: el concepto solidaridad está en desuso. Alemania, locomotora económica europea, se ha propuesto subir el salario mínimo hasta los 1.900 euros. En España se ha colocado en unos escasos 1.000 euros y parece que el país vaya a quebrar. Invito a que reflexionemos.

Sé que este inventario tendrá respuestas en sentido contrario, lo asumo, pero permítanme decirles que es el mío y lo he hecho a conciencia de mi propia conciencia.