No mires arriba, la película de Adam McKay, arranca siendo una prometedora sátira y concluye en una reiteración algo insoportable de zascas. Así y todo, no impide extraer de ella claras conclusiones del aturdido mundo en que vivimos. La pretensión de la película es hacer reír antes que reflexionar, pero el decorado anímico que trae a colación es bastante más identificable con la realidad de lo que muchos piensan; los que no la hayan visto sabrán más o menos de qué va. Dos astrónomos de poca monta descubren que un enorme cometa, del tamaño del Everest, se dirige a la Tierra para colisionar con ella hasta extinguirla. Evidentemente se trata de una tragedia de dimensiones apocalípticas; la parte dramática es que a nadie parece importarle. Solo quedan seis meses para el impacto del cometa; a la presidenta de Estados Unidos, totalmente descerebrada, y a su hijo, el jefe de gabinete, únicamente les preocupa su campaña electoral. El resto, obsesionado con las redes sociales, antepone la banalidad a cualquier circunstancia por adversa que sea.

Ante el flujo de noticias el delirio es constante, hasta el punto en que el propio novio de la astrónoma que alerta sobre el destructivo cometa y llora tres veces al día pensando en la extinción, decide aprovechar la oportunidad para escribir un artículo contando que se acuesta con ella. Un actor de Hollywood sugiere la majadería de que no solo hay que mirar arriba, sino también abajo, con el fin de evitar fricciones y llevarse bien entre todos aceptando las opiniones de cada cual.

El fuerte estruendo en la película satirizante de McKay lleva el sello USA. En cualquier otro momento se podría decir que ese tipo de actitud inmadura colectiva pertenece exclusivamente a un país, pero no en el actual. En este pozo de estulticia en que la opinión pública está secuestrada por las redes sociales, nadie en el mundo mira hacia arriba. El problema es de todos; la banalidad es una amenaza universal de primer orden. Apocalíptica.