El ochenta aniversario de la muerte de Antonio Machado ha sido la excusa perfecta para que el sello editorial Reino de Cordelia haya encargado al pintor José Carralero una serie de ilustraciones sobre algunos de los más míticos poemas del genio español.

El resultado, 'Campos de Castilla' es un libro de una gran belleza porque en sus páginas, además de los versos machadianos, brillan los óleos de Carralero con la inspiración de los paisajes castellanos.

En 'Campos de Castilla', Antonio Machado nos dejó su impronta espiritual, su poesía moderna erigida paso a paso, verso a verso sobre el modernismo y el eco místico de aquellas voces del Siglo de Oro, y más antiguas aún, que parecían acompañarle siempre, con Berceo y Garcilaso como ángeles tutelares de sus paseos por la tierra (castellana, claro).

Así versificó, por ejemplo, don Antonio, en toda su triste belleza 'A un olmo seco': '«Antes que te derriben, olmo del Duero/ con su hacha el leñador, y el carpintero /te convierta en melena de campana,/ lanza de carro o yugo de carreta…'

No todo, sin embargo, fueron visiones idílicas, remansos de paz en la poesía mesetaria y paisajística, y al mismo tiempo trascendental de Machado. Habrá también celos, sangre y muerte. Aquellas mismas almas que disfrutan de la paz de Soria, de sus riberas y montañas azules pueden llegar a albergar odios profundos, a saborear venganzas, urdir y ejecutar crímenes. '«Cuando el asesino labre/ será su labor pesada;/ antes que un surco de tierra,/ tendrá una arruga en su cara». Otras veces será la propia tierra la que refleje su amenazadora cara: «En el hondón del barranco,/ la noche, el miedo y el agua»'.

El bien y el mal se irán sucediendo como la luna y el sol sobre las llanuras heladas o desérticas que el caminante recorre con la vista puesta en los cielos, a la espera de una lluvia que fertilice sus duras geografías. '«Páramo que cruza el lobo/ aullando a la luna clara/ de bosque a bosque, baldíos/ llenos de peñas rodadas,/ donde roída de buitres/ brilla una osamenta blanca;/ pobres campos solitarios/ sin caminos ni posadas/ ¡Oh, pobres campos malditos,/ pobres campos de mi patria»'.

De esa España que Antonio Machado tanto amó.