Por fin, se acabó diciembre y su apéndice hasta el 6 de enero. Se terminaron las comilonas, los excesos y el despropósito de contagios que ha traído la nueva y la vieja variante de la covid.

Lo de este mesecito es algo para hacérselo mirar, la máxima concentración de festivos de todo el año, que empieza con la Inmaculada y la Constitución y acaba con los Reyes Magos. Y claro, luego nos echamos las manos a la cabeza porque en vez de ola esto parece un auténtico tsunami, pero no solo pandémico, sino de todo en general. Un aluvión de concentración humana en los lugares turísticos y en los comercios, subida espectacular de precios o accidentes en carretera (de los que ya no se habla ni en los telediarios). Pero, ¿no les parece que a priori estaba claro y en botella que esto iba a pasar?

Y después de la gran ola viene la resaca, y hoy empezamos con ella, cuesta a cuesta, escalón a escalón, nos iremos recuperando.

Con el tema del bicho y por lo poco que servidora ha podido aprender, aún nos quedan unos días para superarlo, y después, lentamente, iremos volviendo a esa especie de normalidad que nos estamos construyendo. Lástima que no sé si seremos capaces de prever lo que ya podemos anticipar como el siguiente impacto: la Semana Santa. Si deciden hacer una porra, yo me apuntaré a los que apuesten que después de la próxima concentración general programada vendrá la séptima (u octava, según territorios).

Nos hemos instalado en el discurso de la nueva realidad, de aprender a convivir con el virus, pero… ¿Qué hacemos? Vacunas, mascarilla, higiene y… ¿Qué más? A mí me da la sensación de que no nos atrevemos a darle una vuelta de tuerca a nuestra organización social para hacerla más sana y sostenible en todos los sentidos.

Son muchos los elementos culturales y cada vez menos los religiosos, los que nos hacen concentrar los festivos y las reuniones con familia y amigos en determinadas fechas y todos a la vez. ¿Por qué socialmente no nos planteamos cambiar esos hábitos? Está comprobado que sanitariamente y hasta desde el punto de vista de la seguridad vial, por ejemplo, sería mejor. Desde luego que es difícil ponerlo en práctica en algunos sectores productivos donde es indispensable cerrar en determinados periodos, o en la enseñanza por evidenciar que fácil no es el tema, pero si consiguiéramos que al menos una cuarta parte de nuestro país cambiara de ritmo, algo ganaríamos.

Desde mi rincón apelo a que no nos quedemos mirando cómo se acerca la próxima ola, la próxima concentración masiva de aglomeraciones, y que en esa nueva realidad incorporemos la flexibilidad de festivos y vacaciones como un elemento de reorganización social necesario y saludable. Yo me apunto a trabajar en Semana Santa y Navidad sin ningún problema, y así poder disfrutar de unos periodos de descanso más seguros y ya de paso más baratos en cualquier otro momento del año.