La pintura, las artes plásticas están siendo, en estos momentos, protagonistas en las salas más importantes de nuestra ciudad, se podría decir que resulta novedoso ver las tradicionales disciplinas artísticas, en parte porque se han ido sustituyendo, de manera generalizada, por instalaciones, digitalizaciones en pantallas o esa especie de cajón de sastre que es el arte conceptual. Ante la carencia de una destacada modernidad, persiste, entre los artistas, un interés por sobrepasar lo que se viene haciendo desde los años 60, aunque Marcel Duchamp, con décadas de antelación, marcara la línea sobre el hecho de la obra conceptual, ésta debía de ser aceptada per se, por lo que dio lugar a potenciar prácticas filosóficas ante la necesidad de argumentar las obras; nada que ver con aquel que 'diu,' yo pinto y 'prou'. Encontrar nuevos caminos en busca del vellocino de oro ha sido, en la historia del arte, el estímulo que ha mantenido la supervivencia de muchos artistas. Un viaje de búsqueda y recompensa, la mayoría de las veces, más allá de su hallazgo. De cualquier manera el hecho creativo, vinculado a transferir el momento, tiene suficiente interés para hacernos ver diferentes sinfonías que no ve la mayoría.

A pesar de este periodo de tiempo que nos toca vivir tan calamitoso, el sector cultural ha seguido, malamente, avanzando. Cine, teatro, música, danza, literatura, artes visuales, una industria que está siempre latente, que subsiste por ese empuje tan potente que es la creatividad. La necesidad de percibir emociones y sensaciones, de traspasar la dura realidad hace que sea un sustento, un alimento imprescindible de desarrollo y bienestar para la población. Hablando de alimento, la industria cultural supone para España el 3,5% de puestos de trabajo y aun sabiendo que numerosas empresas adyacentes dependen del consumo cultural, poco se ha hecho. Mucho se está volcando el gobierno nacional, de mezcolanza, con el ocio de taberna y menú, pero poco ha reparado en los artistas visuales que, al paralizarse la actividad cultural, han dejado de percibir sus retribuciones. No les llegan planes de solvencia económica ni de rescate, aunque se estén ahogando por inanición. Quizá porque no han salido con pancartas a la calle, quizá porque no llenan las calles ni las terrazas de clientes, quizá porque el ministro Iceta aún sigue en 'standby' con el Estatuto del Artista, quizá...

La política cultural debería suponer para los gobiernos, nacionales y autonómicos, un referente patrimonial, un soporte de identidad. Las representaciones de las artes plásticas son las que mayor asentamiento tienen por su característica de constante permanencia física en espacios públicos. Es luctuoso que el artista por exponer su obra no obtenga un beneficio económico y no me refiero a una compensación en especie. Se da la máxima de que el haber sido seleccionada su obra supone ya una recompensa para el autor (sic). Una costumbre enraizada en nuestro tiempo y totalmente injusta. Tampoco se plantea ningún ente o gobierno una traslación o sinergia de las exposiciones hacia otras comunidades, por lo que el rendimiento político y cultural es pequeño. ¡Ojalá! se diera el caso del personaje femenino de la última novela, 'El Naufragio de tus Ojos', de la escritora Margarita Barbáchano, el de una artista zaragozana cuya obra va a ser expuesta en el Reina Sofía de Madrid, deseable pero es pura ficción.