El ministro de Consumo, Alberto Garzón, planteó en una entrevista concedida a The Guardian sus dudas sobre la ganadería, los sistemas de producción de carne en nuestro país y la calidad de la misma. ABC que se hizo eco de sus declaraciones, sirvió de lanzadera para elevar feroces ataques al Ministro, generando pasiones encontradas en las filas de la oposición, del Gobierno del que forma parte, de miembros del Partido Socialista como el Presidente de Aragón entre otros y de asociaciones del sector. Por el contrario recibió el apoyo de grupos ecologistas, de IU y Podemos y algún que otro colectivo.

Quizás todo forme parte de esa estrategia que parece que se ha instalado en nuestro país mediante la cual se va contra quien dice algo que contradice lo que parece políticamente correcto, en vez de entrar en el fondo de lo que se denuncia. Ha pasado recientemente con Cayetana Álvarez de Toledo en el PP y hay ejemplos de situaciones parecidas en todos los partidos políticos. Muy lejos de aquellos tiempos en los que se grabaron expresiones tan graves como las del popular Eduardo Zaplana «yo he venido aquí para forrarme» que no le impidieron llegar a ministro, a ser contratado en Telefónica y que después de pasar por la cárcel, se encuentra ahora inmerso en un proceso judicial porque presuntamente ha cumplido sus propósitos pero ilegalmente.

Inconsciencia

Garzón ha puesto sobre la mesa el problema que supone en muchas partes de nuestro territorio la ganadería intensiva y las complicaciones que origina a todos los niveles, contraponiendo la ganadería extensiva como modelo de producción sostenible. Es muy posible que el error del ministro haya sido de inconsciencia, al no sopesar las consecuencias de esas declaraciones estando sentado en el Consejo de Ministros. Desde su responsabilidad puede plantear propuestas que sirvan para implementar las medidas que defiende y si esas políticas no las puede sacar adelante porque no tiene los apoyos suficientes, solo le quedan dos opciones: aceptar su minoría y apoyar los acuerdos del Gobierno del que forma parte o dimitir.

A pesar de todo es muy posible que los planteamientos que defiende el Ministro de Consumo tengan parte de razón, pero plantearlo en un medio de comunicación extranjero y en la brevedad de una entrevista, no es el formato más adecuado y la prueba ha sido el resultado.

Profundos cambios

La ganadería en nuestro país lleva sufriendo profundos cambios desde que se produjo la entrada en la CEE de entonces. Con los primeros acuerdos en 1986 se empezaba a poner fin a una cabaña ganadera salida de la autarquía de la dictadura y que formaba parte de una economía de supervivencia en el medio rural más que una actividad empresarial propiamente dicha. En todas las zonas rurales había animales en las casas (cerdos, vacas, gallinas, conejos) y una enorme cabaña de ganadería extensiva ovina que se alimentaba de los pastos que producían las fincas agrícolas o los montes. La CEE implementó nuevos sistemas de gestión de la cabaña ganadera y los potentes grupos europeos se convirtieron en duros competidores que llevaron a la desaparición a miles de pequeñas explotaciones de ganado vacuno, se establecieron nuevos sistemas de producción para el ganado porcino, situación parecida sufrió la cabaña ovina, que paulatinamente casi ha desaparecido de los pueblos y la producción de carne de pollo y huevos se concentró para conseguir la rentabilidad.

Esa transformación dejó huellas en el paisaje físico y humano. Muchos ganaderos se quedaron sin trabajo y abandonaron los pueblos empezando a gestarse la España vaciada. Algunos aceptaron el reto, sobre todo en ganado porcino, se endeudaron y se enrolaron en procesos productivos con granjas de integración de grupos económicos muy poderosos que controlaban la producción y el mercado y terminaron arruinados. El entorno rural se vio modificado por la construcción de grandes edificios donde albergar tantos animales, los pastos crecieron sin control al desaparecer la ganadería extensiva de ovino que se alimentaba de ellos. Esta circunstancia ha tenido especial incidencia en las zonas de montaña donde la ausencia de ganado provoca que en los bosques proliferen matorrales y monte bajo que facilitan la propagación de los incendios con la consiguiente pérdida de masa forestal y los enormes gastos que se originan en su extinción.

La nueva realidad ha generado grandes concentraciones de purines, contaminación de acuíferos (no solo por los purines) y obtención por métodos intensivos de carnes que no son del nivel de calidad que se consigue con los sistemas de producción tradicional, pero que mantienen estándares de calidad aceptables sometidos a los controles de las autoridades sanitarias españolas y europeas.

Decisión y voluntad

Lo cierto es que los problemas que denuncia Alberto Garzón, en parte existen y la solución a los mismos también, siempre que se afronten con decisión y voluntad de todas las partes implicadas. Se podría decir que los sistemas actuales de producción intensiva son compatibles con la ganadería extensiva en según qué zonas y con las debidas condiciones de seguridad laboral y económica que actualmente no se dan. También conviene valorar los últimos avances tecnológicos que están desarrollando proyectos que permiten tratar los purines convirtiéndolos en materia orgánica aprovechable e incluso generar energía. Las grandes concentraciones de granjas se gestionan con pocos puestos de trabajo, pero necesitan piensos que se pueden producir en los entornos cercanos y mataderos, donde hace falta mucha mano de obra. Es cuestión de conseguir un equilibrio entre los distintos sistemas de producción, ordenándolos en función de las verdaderas necesidades de los entornos donde se van a desarrollar, tomando en consideración el enorme valor que aporta la ganadería extensiva en el mantenimiento del medio natural. De ello se derivan valores añadidos en otros sectores (comercial, vivienda, ocio etc.) que pueden contribuir a estabilizar la población y las economías de muchas zona rurales que están en grave peligro de desaparición. Hace falta voluntad e inversiones y sobran cacerías cuando aparecen voces disonantes que alertan de los problemas, independientemente de la forma o de su oportunidad.