Pandemia aparte, dos temas han monopolizado la información esta semana. Ante las noticias ofrecidas sobre ellas, queda claro que, parafraseando los manidos versos de Ramón de Campoamor, el mundo y sus manifestaciones se ven distintos según el color del cristal con que se miran.

El primero ha sido la entrevista del ministro de Consumo a The Guardian. Según qué medios se consulten –televisiones, radios o periódicos–, lo que unos y otros afirman que dijo difiere sustancialmente, a veces tanto que una versión se parece a otra como una bicicleta a una manzana.

Para los políticos y medios conservadores, el ministro descalificó a los ganaderos españoles y los acusó de producir y exportar carne de mala calidad; para los progresistas, lo que hizo fue cumplir con la agenda de transición ecológica del Gobierno, denunciando los perjuicios que las macro granjas causan al medio ambiente. Unos y otros informadores (?) se acusaron mutuamente de crear «bulos» sobre esas declaraciones, aludiendo en algunos casos a «una mala traducción» (¿habrán cesado ya al traductor?). Leída varias veces esa entrevista, mi impresión es que el ministro estuvo torpe, pues no calibró la que se iba liar al acusar a las mega granjas españolas de exportar de carne «de mala calidad» (utilizó el adjetivo inglés poor, que significa «pobre», pero también «malo»). A estas alturas, el lío es tal que yo ya no sé ni qué dijo el ministro ni qué transcribió el periodista ni de qué medio fiarme. Así se informa (?) a la ciudadanía.

El segundo tema, en mi opinión muchísimo más grave, han sido los abusos sexuales a niñas tuteladas en residencias de menores. Los medios progresistas han destacado lo ocurrido en Madrid (gobernado por la Derecha), ocultando o reduciendo a la mínima expresión los casos de Mallorca y Valencia (con gobiernos de Izquierda). Para los medios conservadores, la Comunidad de Madrid actuó con diligencia, eficacia y rapidez, y se puso a la cabeza de la denuncia; para los progresistas, el Gobierno de Madrid no hizo nada y mintió; y con los casos de Mallorca y Valencia, viceversa.

En esa dinámica de cristales con diferentes enfoques y con versiones contrapuestas nos encontramos sumidos en esta España de blanco y negro, donde se justifica a los «tuyos», hagan lo que hagan, y se demuele al adversario, diga lo que diga.

Por seguir con los tópicos, me temo que andamos metidos en un diálogo de sordos peligrosísimo. Alguien, no veo quién, debería poner un poco de decencia, o, al menos, una pizca de sentido común.