Nos gusta pensar que vivimos un tiempo en el que la mayoría de los ciudadanos ha adquirido un amplio nivel de conocimientos, que nuestra sociedad ha dejado atrás el tiempo del analfabetismo y la ignorancia. Creo que es verdad que en estos más de cuarenta años de democracia hemos conseguido alcanzar una serie de estándares que nos homologan con los países con los que nos veníamos comparando cuando solo soñábamos formar parte del club europeo.

Pero que quiere que le diga, cuando observo la realidad que nos circunda no dejo de percibir con perplejidad la sensación de que todos esos conocimientos alcanzados no nos acaban de cundir para abordar la realidad del día a día; incluso tengo la impresión, que no se si compartirá, de que en cierto modo vivimos en una especie de autoengaño: nos habita un sentimiento de invulnerabilidad intelectual. Una profunda ignorancia con apariencia de ilustración.

Le reconozco que me sorprende enormemente la argumentación pseudo racional que acompaña todo tipo de posicionamiento conspiranoico que cada vez encuentra más eco entre nosotros. Igualmente me causa perplejidad ver cómo personas formadas, con titulaciones de todo tipo, con experiencia más que demostrada en determinadas áreas del conocimiento, se dejan llevar por argumentaciones muy poco sólidas amparados exclusivamente en algunas, poquísimas, razones que apenas se sostienen y que retan el consenso científico o técnico en una materia determinada.

Todavía descoloca más que cuando esos posicionamientos son desmentidos por la realidad solo semanas después de su aparición, no se produzca un reconocimiento del error. Al contrario, los mismos que defendían que las vacunas nos iban a llevar al otro barrio en un pis pas a los incautos que creyéramos las monsergas de los gobiernos, vienen a creer ahora, por ejemplo, en el advenimiento de un apagón eléctrico universal.

Y todo esto se hace bajo la vitola del espíritu crítico en el ejercicio menos crítico que uno puede mantener consigo mismo y con el mundo que le rodea. Se suele confundir el espíritu critico con la crítica a cualquier autoridad existente sea esta la que sea. Desde la perspectiva conspiranoica ninguna autoridad mínimamente oficial puede tener razón porque están convencidos de que siempre está al servicio del poder, como si las fuentes oficiosas no se plegaran a los intereses de los poderes tanto oficiales como emergentes.

Se ha sustituido la fe milenarista de las religiones del fin del mundo por su versión laica e ignorantemente ilustrada. Los nuevos correligionarios se agarran a argumentos dotados de la apariencia de la razón, pero basados en la simple fe de las cosas que no se cuestionan.

Creo que más a menudo de lo que somos conscientes nos sale el Narciso que llevamos dentro y nos dejamos llevar por el propio envanecimiento. El narcisismo lleva a la ignorancia ilustrada. La pandemia de la covid está poniendo en evidencia que una parte importante de nuestra sociedad, en realidad cada uno de sus componentes, corremos el riesgo de caer en posturas poco meditadas. Nos gusta sentirnos los más listos, incluso los únicos listos. Las corrientes conspiranoicas facilitan este sentimiento emocional a no pocas personas intelectualmente preparadas, pero que renuncian a dar un paso más allá del propio ombligo para poner en cuestión las propias convicciones.

Si por algo se han caracterizado los movimientos que han apostado por el progreso en España desde finales del siglo XVIII ha sido por aspirar al establecimiento de una inteligencia ilustrada extendida que de soporte a estructuras sociales y culturales profundas y estables, sobre las que se puedan sustentar los cambios estructurales y fundamentales que necesita cualquier perfeccionamiento del modelo de convivencia democrático.

El fortalecimiento de las posturas conspiranoicas, de los extremismos ideológicos, ponen en serio riesgo el avance de nuestra sociedad. Se hace imprescindible que nos planteemos la necesidad de reivindicar una nueva y actualizada ilustración que nos devuelva el saber de la verdadera razón crítica, la que empieza por el propio cuestionamiento. Solo así tendremos la capacidad de avanzar. El hecho de que este sea cada vez más un mal universal no nos libra de la necesidad de enfrentarlo seriamente como uno de nuestros principales problemas para abordar un futuro pleno de posibilidades.