Vaya por delante que la historia del covid hace ya tiempo que me estomaga, me empacha y me satura. Aparte de los estragos que ha causado y está causando, sobre todo en muertes y en vidas que ya no serán las mismas vidas por los efectos físicos que está dejando, veo con bastante indignación que no solo se ha convertido en el parapeto perfecto para desalmados de todo pelaje sino que los elegidos para aportar soluciones parecen estar en la higuera. Llevamos dos años con un virus que nos atacó por sorpresa, con un desconocimiento total de su comportamiento, y que noqueó al planeta. Bien, vale. Pero son dos años ya. Suficiente tiempo para haber aprendido algo, haber puesto los cimientos para mejorar los servicios públicos y, sobre todo, para haber interiorizado que no se pueden trivializar decisiones que afectan a la salud de todos.

Inmunidad a tozoladas

La explosión de la variante ómicron ha vuelto a poner patas arriba el sistema. Pero ¿cuántas llamadas de atención son necesarias para tomar medidas serias? En Aragón, como en otras cuantas comunidades más, se apostó por la implantación del pasaporte covid para acceder a establecimientos públicos de ocio y por establecer restricciones horarias. El Gobierno central impuso, otra vez, el uso de la mascarilla en la calle. Y ¿de qué ha servido? De poco o nada. Salvo para generar titulares informativos y declaraciones grandilocuentes por los tira y afloja entre la DGA y la Justicia, ocupamos los primeros puestos en contagios, en incidencia a 7 y 14 días, en ingresos hospitalarios y en ocupación de las ucis. La Atención Primaria vuelve a estar saturada y las bajas médicas por el efecto del covid se han disparado y están poniendo en riesgo servicios públicos y numerosas pequeñas y medianas empresas, obligadas a cerrar por falta de plantilla operativa. ¿Y cuál es la respuesta? Reducir las cuarentenas de diez a siete días. Cuando los expertos aseguran que es una barbaridad, los políticos enmiendan a la ciencia. ¿Para qué? ¿Para no colapsar la economía, para no bloquear los servicios médicos, para que alcancemos la inmunidad de rebaño cual borregos a golpe de tozoladas? Parece una broma. ¡Reducir el tiempo de aislamiento con la variante más contagiosa hasta el momento! Y todo cuando los propios médicos advierten a sus pacientes que la carga vírica permanece bastante activa entre los días 7 y 9 de la cuarentena, y cuando está demostrado que el número de reinfectados empieza a crecer exponencialmente.

Eso sí, esta nueva ola / tsunami nos pilla con unos presupuestos de Sanidad muy mermados porque no se pensó que podría reproducirse una situación crítica, sin instalaciones auxiliares –en Aragón solo se utilizó y a medio gas el hospital de campaña del Clínico— y con alrededor de 2.000 sanitarios menos, según los sindicatos –en torno a 28.000 en toda España-- porque esto de la pandemia ya estaba chupado. Qué desastre. Cuando hace unos años centenares de profesionales de la Sanidad tuvieron que migrar al extranjero porque no tenían empleo se vendió políticamente como una oportunidad para conocer mundo y ahora nos lamentamos de que las bolsas de trabajo están vacías.

Parece que el miedo político al coste electoral que puede acarrear adoptar medidas claras y contundentes se ha extendido más que el virus. Pero cuidado, gobernantes actuales y aspirantes futuros, las verdades a medias y las patrañas son caldo de cultivo para populismos baratos en expansión y para aumentar la desafección ciudadana. Incluso los alejados de las ideologías antisistema y negacionista vamos a terminar por hacer nuestra aquella famosa frase de Labordeta en el Congreso.