Ciudadanos, políticos, entendidos, incluso desentendidos dicen que estos son malos tiempos para la democracia. No solo creo que tienen razón, sino que incluso se quedan cortos. Y es que imagino que no soy la única en pensar que estos tiempos no son solo perniciosos para la democracia, al margen de las más variadas manifestaciones de la política, son muchos los aspectos de nuestra vida que se ven entorpecidos, frenados, cuando no frustrados por las circunstancias con las que nos toca lidiar y convivir.

Y no es únicamente cosa de la pandemia, aunque claro está que en nada ayuda. La cosa, al menos tal y como yo la veo, es más honda y desde luego no parece que vaya a ser provisional. Los profundos cambios que estamos conociendo (y que, salvo error por mi parte o sorpresa, irán a más) están sentando las bases de una nueva realidad. Una nueva realidad a la que algunos han dado en llamar «nueva normalidad» y que ha a adquirido la categoría de concepto jurídico, al entrar en el reñido espacio del Boletín Oficial del Estado. No, las cosas no van bien. Es verdad que nunca el hombre ha vivido en un lecho de rosas, que siempre nos las hemos tenido que ver con una clase de problemas u otros.

En España sabemos mucho de eso. Sin embargo, no hace falta ser un experto en ciencia política para percibir que al tratarse ahora de transformaciones y desafíos globales no es que sean de un alcance mayor, sino que son de un alcance global, o sea, total. Nuestra interdependencia es tal que lo que sucede en el punto más alejado del planeta es muy probable que acabe repercutiendo allí donde nunca hubiéramos imaginado que lo haría.

No digo nada si lo ocurrido tiene lugar en la primera potencia mundial. Hace solo unos días recordábamos el primer aniversario de la toma al Capitolio de EEUU cuyas imágenes más parecen sacadas de una película de ficción que de la propia realidad. Desde entonces, según informan diversos medios de aquel país, se han aprobado 361 proyectos de ley en Estados gobernados por republicanos cuyo objetivo sería, a juicio de dichos medios, restringir el voto, obstaculizar su ejercicio en aquellas circunscripciones poco tendentes al voto republicano. La polémica está de nuevo servida y la polarización va a más. Tan es así que el próximo lunes, día 17, está previsto someter a debate y votación en el Senado de EEUU algunas normas para frenar esa «restricción» al voto. Visto desde aquí, todo ello nos permite valorar la importancia de contar con leyes electorales e instituciones y entes independientes como las Juntas Electorales, cuya independencia les confiera la legitimidad y competencia necesaria para velar por la limpieza y transparencia de las elecciones, evitando posibles manipulaciones.

En definitiva, como dice John Keane, «las patrias imaginarias de las democracias están cambiando» y con ellas el centro de gravedad de la propia política. Todo, todos, nos vemos arrastrados por acontecimientos que, además de afectar a nuestra vida social, acaban por alcanzar a ámbitos en principio ajenos pero que, dada la omnipresencia de lo político, terminan por verse también concernidos. Probablemente algo tenga que ver con el hecho de que nunca antes fuimos tan próximos y tan distantes como ahora, tan amigos de unos y tan enemigos de otros.