Aunque mi memoria ya no es lo que era, cuando sufro algún olvido me resisto al fácil recurso de Wikipedia y fuerzo la máquina para intentar recordar un nombre, un dato… Ahora mismo, mi última desmemoria se me está personalizando en el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares. Estoy seguro de haberlo conocido, haber estado con él… Pero, ¿dónde? ¿En alguna embajada, en algún acto…?

Mientras consigo recordar nuestro encuentro lo veo muy activo, entrevistándose con los líderes europeos y con Anthony Blinken, el encargado de la democracia norteamericana. En su reciente reunión, en Washington, Albares le ha propuesto ejercer de mediador en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Me parece una oportuna oferta y un buen planteamiento de nuestra diplomacia porque, con este tipo de iniciativas, tal vez nos sea posible recuperar prestigio en el concierto internacional.

Posición, la de España, que viene dejando mucho que desear. A pesar de nuestro rango de semi-gran potencia, de nuestra economía y población, incluso de nuestra antigüedad en la Unión Europea, el peso de nuestro país en la política internacional sigue siendo escaso, proporcionalmente desequilibrado.

El peso de nuestro país en la política internacional sigue siendo escaso, proporcionalmente desequilibrado

¿Por qué? Es una buena pregunta, y difícil de responder. Tal vez porque España, desde hace muchos años, décadas, incluso, no ha tenido un proyecto diplomático claro. Ya Churchill decía en su tiempo que los españoles lo solucionaban todo «con un cafecito». Desde entonces, nuestro sistema no ha mejorado demasiado. No por la falta de calidad de nuestros diplomáticos, que están más que preparados, y que tan dignamente nos representan en nuestras embajadas y consulados, pero sí por una clara, clamorosa ausencia de dirección política. Nuestra ambigua posición en Venezuela, Israel, Gibraltar, Sáhara y tantos otros asuntos y puntos de fricción debería haber sido sustituida por posiciones mucho más claras o firmes, pero unos gobiernos y otros han venido aplazando la toma de posturas hasta paralizarnos en indecisas situaciones en las que España no decide y sí se acomoda o justifica confiando que el tiempo, no su diplomacia, solucione el problema.

¿Cambiará las cosas el ministro Albares? Ojalá, y ojalá recuerde esta memoria mía dónde y cuándo lo conocí cuando aún no era ministro…