Los ciudadanos estamos sometidos a un permanente bombardeo de declaraciones, discursos y sermones, la mayoría de las veces muy sonoros pero huecos. Se utilizan frases bien construidas, con mucha perífrasis literaria, con recovecos lingüísticos y con exceso de términos ambiguos que dejan la puerta abierta a una cosa y a la contraria. Por si acaso. Es la retórica de aquellos que quieren convencer para vencer. Y echan mano de la elocuencia para tapar su escasa ciencia. Es la oratoria política habitual, la que acompañada de una musicalidad y una puesta en escena adecuadas, puede llegar a seducir al votante y arrimarlo a la urna.

Existe otro lenguaje poco ampuloso, claro, de palabras directas, que brota de la sinceridad y no del empalago, y que puede tener consecuencias nefastas para el que lo practica. Ya lo decían el dibujante Quino y su personaje Mafalda en una viñeta: «¿Practicas algún deporte de riesgo?», le preguntaba a la niña. «Si, a veces doy mi opinión».

Y en último lugar está el lenguaje cheli, barriobajero o faltón que, por cierto, es el que más llega a la gente de la calle. Se ha hecho recurrente entre un sector de la clase política y, desgraciadamente, sus usuarios desconocen la conjugación del verbo dimitir. A lo sumo se descuelgan con un tenue «perdón», para mí la palabra más prostituida del diccionario. Se pide, pocas veces con convencimiento, y se obtiene la licencia para preparar lo siguiente.

A lo largo de este mes llevamos varias muestras locales, nacionales e internacionales de todos estos estilos. Desde la andanada de la consejera Sira Repollés sobre la judicatura a la réplica de esta. Creo firmemente que la responsable de Sanidad aragonesa no sufrió un calentón verbal al decir que los jueces actuaban según su ideología sino que lo piensa sinceramente, igual que otros miembros del Gobierno. Otra cosa es que sea correcto decirlo desde su posición. Como no lo fue que en abril de 2020 el presidente aragonés, Javier Lambán mandara a los magistrados «a hacer mascarillas» cuando estos fallaron a favor de un sindicato médico que demandó al Departamento de Salud por no suministrar material. Ni tampoco que haya hecho trizas al ministro Alberto Garzón con una interpretación errónea de sus palabras, pidiéndole que abandone el Gobierno, ni que haya lanzado dardos envenenados contra Cataluña y sus gobernantes. Pedir disculpas y a otra cosa no es solo la solución. La antecesora de Repollés, Pilar Ventura, se vio obligada a dejar el cargo porque en una comparecencia en las Cortes dijo que había permitido que los sanitarios se confeccionaran sus propios equipos para n contagiarse de covid «como estímulo». Unas palabras que indignaron a los sanitarios y recabaron firmas –incluida la de Repollés– para pedir su dimisión.

En el ayuntamiento ha sido el verbo suelto del concejal Alberto Cubero el que lo ha puesto en el disparadero. Al alcalde de Madrid le llamó sin llamar (dos veces) pero sin querer queriendo «cara polla». Podría ser el político con más dimisiones del universo a cuenta de su lenguaje soez. Pero otro perdoncito y hasta la próxima.

El exceso lingüístico de Pablo Casado ha traspasado fronteras y ha ido dejando rastro por el continente. Hasta la Unión Europea está quejosa con la palabrería que ha usado para desacreditar el reparto de los fondos europeos en España. Tan obcecado está en socavar al Gobierno, y por ende la imagen de España, que se ha olvidado de que con su lenguaje devastador también pone en entredicho a la UE.

De las islas (británicas) han llegado los efluvios verbales y festivaleros del premier Boris Johnson, un patán de la política que ya no encuentra palabras para justificar sus fiestas con alcohol en Downing Street mientras el país estaba de luto y sus conciudadanos confinados y no ha tenido otra ocurrencia que decir que pensaba que eran reuniones de trabajo.

Hubo otros tiempos en que los discursos y los sermones políticos podían pasar por joyas literarias. Ahora no. Como decía un primer ministro inglés del pasado siglo si hay algo incuestionable en el ejercicio de la política es que aquellos que se dedican mucho tiempo a ella acaban por revelar quiénes son y obtienen aquello que merecen. Como un bumerán. H