Hoy, la Iglesia conmemora a San Francisco de Sales (1567-1622) quien tras ser nombrado obispo de Ginebra y –para procurar la conversión de los protestantes– se dedicó a escribir, e imprimir, en lenguaje llano y atractivo, miles de cuartillas volanderas, que los lectores –aún los ajenos al catolicismo– valoraron tanto por su contenido, como por su claridad expositiva. Por ello, los periodistas lo tienen y celebran como patrón.

Creo que fue en una película de cine negro americano de los cincuenta donde escuché, hace ya muchos años, que “un periodista es alguien que siempre va pidiendo papel y lápiz”. Y me parece que es una frase que, aún a día de hoy, define perfectamente la profesión periodística. Sobre todo porque implica que el profesional de la información debe sentir curiosidad por lo que acontece. La noticia puede saltar en cualquier momento. Y unas notas preliminares, garabateadas de manera apresurada sobre la hoja rasgada de una libreta, pueden ser la clave para una noticia de portada.

Papel y lápiz

Papel y lápiz en el periodismo equivale a luz y taquígrafos en la política. Una luz que, a través del reportaje, la crónica, la entrevista o la opinión fundamentada en los hechos y suficientemente contrastada, se traduce en la elaboración diaria de una información de calidad, que los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, plataformas digitales…) ponen a disposición de la sociedad.

Porque la libertad de expresión y la libertad de prensa constituyen valores fundamentales de toda democracia, pues garantizan el irrenunciable –e indelegable– derecho a la información de la ciudadanía. Así mismo, la prensa libre y plural desempeña un papel decisivo en el progreso de un país, pues constituye el sustento de una opinión pública racional y responsable, plenamente consciente de sus derechos y obligaciones, en inalienable condición individual de igualdad ante la ley.

Una de las trascendentales acciones que desarrolla la prensa en las naciones verdaderamente democráticas es la de aportar información de calidad

Por este motivo, una de las trascendentales acciones que desarrolla la prensa en las naciones verdaderamente democráticas es la de aportar información de calidad sobre –y desde– todas los ámbitos, como estímulo para superar los obstáculos que se oponen al progreso y a las libertades, no solo dentro de la nación, sino también en el marco de la cooperación internacional.

Así mismo, conscientes o no de ello, otra de las funciones del periodismo es la de escribir (o grabar en audio y en video) la página de la historia de cada día. En el futuro, estos documentos (audiovisuales, sonoros o impresos en papel) se convertirán (de hecho ya lo son) en un imprescindible archivo para los historiadores. Y con una magistral ventaja sobre los registros archivísticos tradicionales: la de su carácter transversal. Porque en un periódico, en un telediario o en un informativo radiofónico (analógicos o digitales) confluyen noticias de áreas muy diversas. Y es precisamente en esta diversidad donde se encuentra la clave para poder elaborar y exponer la mejor explicación posible sobre un acontecimiento o un hecho histórico.

Atalaya

Son todavía muchos quienes, desde la atalaya que confiere una cátedra universitaria, persisten en desdeñar el trabajo periodístico (cada vez menos, afortunadamente, pues también cada vez son más los profesores universitarios que revierten a la sociedad sus investigaciones, a través de artículos en prensa) no concediéndole mérito académico  ya que –argumentan– no tiene notas al pie. Algo que, además, no es cierto, pues los periodistas siempre están al pie de la noticia.

Y esta falta de valoración que se confiere al periodismo, no es privativa del ámbito académico (del que, por otra parte, proceden los profesionales de la información) sino también de buena parte de la sociedad. Quizás esta visión cambiaría de modo radical si pensáramos en lo siguiente: en que mañana no habría prensa, en que mañana, internet habría dejado de funcionar, en que mañana, las emisoras de radio y de televisión habrían dejado de emitir. Un día sin información. Un día sin historia.