Me ha interesado el artículo firmado por Carlota Gomar el pasado domingo en este periódico sobre la evolución de los mercados de barrio en nuestra ciudad. Han cerrado 5 en los dos últimos años mientras 38 «luchan por sobrevivir y hacer frente a las grandes superficies». La autora señala con acierto la aparición de nuevos hábitos de consumo y el relevo generacional. En realidad no son solo los hábitos de consumo los que cambian. Es la ciudad entera la que está en permanente cambio y transformación. Hay barrios que se envejecen en los que sobran –es un decir– los pediatras y las escuelas infantiles y otros que se forman con familias jóvenes que acuden a habitar unos barrios con un urbanismo más humano, con calles y avenidas más anchas, más zonas verdes y todo tipo de servicios. No hay más que darse una vuelta por lo que antes era el extrarradio de Zaragoza para confirmar la hipótesis. La ciudad ha crecido, se ha expandido, y los barrios tradicionales, el primer círculo alrededor del centro comercial, que diría Ernest Burgues, han quedado no solo envejecidos sino depauperados.

La población se establece no ya por su procedencia étnica, sino fundamentalmente por su poder adquisitivo

La población se establece no ya por su procedencia étnica, sino fundamentalmente por su poder adquisitivo o su fiabilidad para firmar una hipoteca. Aquel concepto de la ciudad compacta propio del Mediterráneo saltó por los aires cuando los planes urbanísticos se saltaron el tercer cinturón, y el cuarto. No es solo que los mercados tradicionales estén de capa caída es que, si no se remedia, es una gran parte de la ciudad, la más cercana al centro, la que necesita un replanteamiento global. Rehabilitar es la clave. La expansión no se explica por un crecimiento demográfico sino por el modelo urbanístico elegido. Además, el sistema urbano zaragozano ya no es el que era sino que está integrado por otros municipios independientes pero pujantes en todo. Utebo, por ejemplo.