Aragón y Cataluña siguen sin entenderse. Hace ya una década que las relaciones cambiaron totalmente y a pesar de que la candidatura de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030, auspiciada por el Comité Olímpico Español (COE) parecía que podría suponer un reencuentro entre ambas comunidades, se está viendo que es muy difícil. La suspensión del encuentro entre los presidentes Javier Lambán y Pere Aragonès que tendría que haberse celebrado ayer en Balaguer (Lérida) ha supuesto un olímpico mazazo y ojalá no suponga la muerte total del proyecto olímpico. Pero desde luego, lo deja muy en el aire, a expensas de que el COE y el Gobierno español muevan ficha y tomen cualquier iniciativa para volver a la senda de la candidatura que, sin duda, redundaría en beneficio de ambos territorios.

Pero lo que es grave es la bochornosa actitud de los que dirigen en estos momentos la Generalitat de Cataluña. El equipo de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) pretendía hacer un desprecio institucional al Gobierno de Aragón, una «humillación», en palabras del Pignatelli, ya que desde allí ven con inferioridad a nuestra comunidad y como tal la tratan. Empieza a ser insufrible esta supremacía que se desprende desde la Administración catalana en cualquier tema que debe compartir con otra comunidad. Resulta ofensivo el complejo de superioridad que desprenden todos los últimos interlocutores que ha tenido Cataluña. Ya pasó con todo el litigio de los bienes eclesiásticos y ahora está pasando con los Juegos Olímpicos. Por eso, la suspensión de la cumbre de ayer fue un acierto de Lambán.

Pero a la vez hay que intentar salvar tantos desencuentros. Es cierto que el presidente aragonés no ha tenido tacto en alguna ocasión a la hora de hablar de la forma de hacer política en las tierras del Este y eso ha contribuido poco a la concordia, pero ahora se está en otra interlocución. Aragón y Cataluña no pueden darse la espalda más tiempo. Las relaciones económicas son vitales, las sanitarias con los convenios que ya existen, también, y un acuerdo para que los Juegos de Invierno de 2030 puedan llegar al Pirineo español, también. Ni aquí hay que alimentar los instintos anticatalanistas ni allí deben seguir mirándonos por encima del hombro. Tiene que llegar un momento ya en el que las relaciones vuelvan a ser como antaño, ni los gobiernos ni las personas, ni nadie se den la espalda y se unan fuerzas para sacar proyectos adelante. Es muy difícil, pero Generalitat y Gobierno aragonés deben intentarlo.