La esperanza es el deseo de la vagancia. No requiere esfuerzo ni convicción. El esperanzado muestra una voluntad desganada. Tenemos expectativas positivas, sobre un futuro mejor, que son metas objetivas si hay planificación y esfuerzo, pero que se convierten en meras esperanzas cuando se llenan de irracionalidad sin compromiso. La absurda esperanza con la que esperamos a Godot produce melancolía.

A veces regalamos esperanza, como un presente envenenado lleno de frustración, a modo de excusa para alargar el tiempo de lo que no llegará. Incluso damos la esperanza que no tenemos, como si depositáramos una moneda falsa de ilusión en el acartonado vaso de un pobre, que tiene más dignidad que nosotros vergüenza.

Decía el aragonés Baltasar Gracián que la esperanza es un gran falsificador. La esperanza es una emoción esbafada con una motivación inexistente. Quizás por ello sea la palabra más repetida en los libros de autoayuda. Toda una vitamina homeopática, insípida para el cuerpo pero insalubre para el comportamiento.

Decimos que la esperanza es lo último que se pierde. La paradoja de esa manida cita viene del mito clásico sobre la caja de Pandora. Nuestra protagonista, tras abrir el recipiente y expandir los males que escondía sobre los mortales, observó que solo uno de ellos había quedado a salvo en su interior, la esperanza.

Los griegos tenían tan clara la maldad de la esperanza como la crema del yogur. La misoginia occidental comparte así cimientos de aversión a la mujer con la Eva del Génesis judeocristiano.

La esperanza es la ilusión de los pobres y de los sometidos. A los poderosos no les molesta que los necesitados tengan esperanza. Los problemas surgen cuando quieren transformar la realidad con iniciativas y reivindicación cooperativa. Las religiones son creencias radioactivas de esperanza.

La contaminación masiva de los hisopos multiplica de esperanza sus promesas para disfrutar del más allá, reprimiendo lo bueno de acá. Es más fácil creer que dudar, aunque la duda sea razonable. Lo contrario de la esperanza no es la desesperanza, que es la angustia de la depresión, sino la confianza. Esta es proactiva, mientras la esperanza es pasiva. La esperanza ni siquiera es creativa ya que esperar lo esperado no tiene sentido. En una consulta de psicología clínica, los pacientes no buscan esperanzas sino soluciones.

Esperamos que todo nos vaya mejor si actuamos para que así sea. Esperamos aprobar si estudiamos. Encontrar trabajo, si nos formamos y buscamos empleo. Vivir mejor, si nos cuidamos. Y que nos atienda nuestro sistema de protección social, sanitaria y asistencial, si lo cuidamos presupuestariamente, lo apoyamos y votamos para que así sea.

La semana comenzó sin esperanza para las derechas. Los datos del paro avalan el mejor enero histórico en contratos indefinidos. Una caída interanual del paro de más del 20%. Pero lo mejor llegó el jueves. Casado quiso ahogar al Gobierno, sin tener en cuenta la festividad del día. Dice el refrán: «por San Blas, votico más». Los incrédulos de Aragón se aplicaron otro dicho: «San Blas asiste porque Teruel Existe».

Así, la reforma laboral se aprobó en el Congreso. Sobraron esperanzas y faltaron acuerdos. El PP no tuvo remilgos en unirse a Bildu y a ERC para intentar derrotar al Gobierno sumando, sin vergüenza, a dos tránsfugas de UPN para su gran coalición contra Sánchez. Cuando tenía todo amañado le falló su diputado extremeño. Toda una torta del Casar en el moflete popular. Parece una broma que el congresista errado defienda derechos de los teletrabajadores, si él mismo no sabe teletrabajar votando. «Si no hay Casero nos vamos» es el grito de jolgorio, en la bancada de la izquierda, para cada nuevo recuento.

El éxito del PP es «esperanzador». No solo pierde la votación, sino que lleva a implosión a sus aliados navarros y abre otras perspectivas de acuerdo en el Ejecutivo, tras el desencanto de una Yolanda Díaz desesperanzada con un bloque de progreso compacto.

La venta del Real Zaragoza es la esperanza interminable. Esta tarde escucharemos rancheras en La Romareda. Las de la mejicana Paquita la del Barrio son certeras. Su canción Cheque en blanco es idónea para los actuales dueños: «Ay, me decepcionaste tanto/ que ahí te dejo un cheque en blanco/ a tu nombre y para ti/ Es por la cantidad que quieras/ en donde dice desprecio/ ese debe ser tu precio/ y va firmado por mí». Este club no necesita pomadas de esperanza sino dirigentes de confianza. Vamos, con una buena fianza.