Nos encontramos en plena era del algoritmo informático, a través de este conjunto de instrucciones ordenadas y acotadas, podemos resolver muchos problemas, eso nos dicen, debido a que se les atribuyen unas propiedades que ya me gustaría que se dieran en el ámbito político, como es conseguir objetivos con procesos claros y precisos para llegar a solucionar problemas y, sobre todo, trabajan sin ambigüedad. Este conjunto de reglas definidas se clasifican en cualitativos y cuantitativos, una manera de ser sintético y visible. Si el Gobierno del país trabajara con la cualidad, se le otorgaría una credibilidad y tendría mejores rendimientos. En cambio optar por elegir lo relativo a la cantidad, es hacer uso de estándares en la codificación de programas, que no los entiende más que el computador. Así que a la ciudadanía con la llegada de las sucesivas variantes del coronavirus, la última con nombre parecido a un insecto, la ómicron sigilosa, echa mano de los algoritmos y se encripta, no encuentra la clave del cifrado y le es incomprensible saber si estamos en una solución pandémica cuantitativa o cualitativa. Nos encontramos en un estado de alarma permanente, por lo que parece que el gobierno de Sánchez ha apostado por el algoritmo de cálculos sumando vacunas y dando estadísticas de los fallecidos, los postrados en ucis y los contagiados. Un pesar que no lo alivia el esfuerzo de los sanitarios en un desgastado e incapacitado sistema sanitario español.

Hace unos días me llamaba a la puerta mi anciano vecino con signos de alterado nerviosismo, para decirme que el administrador de la comunidad le notificaba que no había abonado las últimas cuotas, él afirmaba que sí, por lo que pensó que podría ser un error del banco, se personó, lo intentó varias veces pero no consiguió acceder a la entidad, tampoco a través del teléfono. Pensó hacerlo por internet, pero no sabía de estas cosas. Esta indigna política bancaria ha provocado La revolución de los jubilados, un colectivo que sabe lo que es trabajar y que no se achica ante el desprecio y la vulneración de sus derechos. La imposición virtual nos desvirtúa.

La obra artística digital está entrando en el mercado de manera imparable, las cotizaciones se disparan por los fondos de especulación. Lo del óleo y la trementina es posible que queden como referencia en la historia de la pintura y sean sustituidos por tokens no fungibles (NFTs), que son activos digitales únicos que se verifican creando escasez, limitación y no pueden duplicarse. Tienen usos en la música, en obras de arte, coleccionables, juegos... Existen plataformas que trabajan con hipes (expectativas generadas artificialmente alrededor de una persona o cosa sobrevalorando sus cualidades). La casa de subastas Christie’s vendió, hace un año, la obra Everydays: the First 5000 Days de Mike Winkelmann, Beeple para sus seguidores, por cerca de 60 millones de euros. Desde hace un par de décadas los artistas han utilizado hardware y software para crear y difundir sus obras por internet pero no tenían un valor comercial, ahora con las NFT eso ha cambiado, es otra manera de venta por proyección digital y un negocio para los que garantizan la exclusividad al comprador. Amigos, ¿habrá que colgar los pinceles? Mejor seguir con nuestra materia artística y que los museos hagan su función, es lo más representativo. Lo virtual nos desvirtúa.