Escuchaba hace unos días una entrevista al escritor Julio Llamazares y de esa conversación, llena de ideas sugerentes, se me quedó grabada una. Aunque conocía una versión parecida, me resultó especialmente atractiva la manera en que la presentaba Llamazares. Venía a decir algo así como esto: lo más importante de la Historia no es que nos muestre nuestro pasado, sino que nos enciende luces para construir nuestro presente y futuro. No creo que, como algunos aseguran, la historia se repita; lo que creo más bien es que nosotros somos los mismos o extremadamente parecidos a quienes nos precedieron en otro tiempo.

Sirva como ejemplo de ello, en el afán de demostrarles que no me equivoco, (o no mucho), lo siguiente: puede que alguno de ustedes crea al leer la cita que a continuación refiero que se trata de la más actualizada doctrina u opinión autorizada, pero no se dejen llevar por la apariencia. «Ahora, por las ventajas que se obtienen de los cargos públicos y del ejercicio del poder, los hombres quieren mandar continuamente, como si los gobernantes fuesen enfermizos y solo disfrutasen de salud mientras están en funciones». Ese parecer, que hoy podría ser suscrito por buena parte de la ciudadanía, es un fragmento de La Política de Aristóteles escrita en el lejano siglo IV antes de Cristo. Visto lo visto, veinticinco siglos después no parece que las cosas sean demasiado diferentes…

Y todavía hay otro asunto en el que creo que tampoco se han producido grandes cambios. En uno de sus perspicaces ensayos Paul Valéry afirmaba lo siguiente: «la sociedad no vive más que de ilusiones. Toda sociedad es una suerte de sueño colectivo. Esas ilusiones devienen en ilusiones peligrosas cuando comienzan a dejar de ilusionar. El despertar de ese tipo de sueños es una pesadilla».

Pues bien, a veces, cuando sigo las informaciones de ciertos debates, sean los que tienen lugar en la Carrera de San Jerónimo de Madrid, sean los que transcurren en la Plaza de las Catedrales de Zaragoza, la sensación que dejan es bastante parecida a la de una pesadilla. Una pesadilla que además se repite y que recurrentemente vuelve a nuestro día a día como si no estuviera ya lo suficientemente cargado de complicaciones como para invadirlo de mala política. Mala política especialmente por lo paupérrimo de la argumentación de algunos y lo hiperbólico de las ambiciones de otros o de los mismos.

Para quienes gusten de series hay una que recomiendo especialmente si lo que se pretende es, más allá del entretenimiento, conocer los entresijos más oscuros e incluso siniestros de la política (francesa, en este caso). Si están por la labor, no se pierdan la serie televisiva Baron Noir (a poder ser en la versión original o subtitulada, claro) máxime cuando pueden encontrarla en la plataforma de la televisión nacional pública. No se extrañen si al verla les recorre algún que otro escalofrío. Probablemente si Aristóteles levantara la cabeza diría: «os lo dije». O algo parecido.