Hace ya unos días que vi Licorice Pizza, la novena película de Paul Thomas Anderson, en 70 mm y en versión original, por cierto, en el preestreno, pero todavía sigue en mi cabeza. No hay quien la expulse de mi mente. Se ha instalado con fuerza entre lo mejor del año y sigo escuchando su maravillosa banda sonora como un recordatorio y una promesa de volverla a visionar en breve.

La película dura poco más de dos horas, pero desearías que durara más, que no acabara nunca. Es de esas películas en las que apetece quedarse a vivir, como ya ocurría con Érase una vez en Hollywood, la también novena película de Quentin Tarantino. Es curioso que un montón de críticos hayan hermanado a estas dos cintas que sin parecerse en nada argumentalmente sí que tienen mucho en común. El autor de Magnolia vuelve a localizar su nueva obra en el Valle de San Fernando, en Los Ángeles, esta vez en el año 1973. Se trata de una comedia romántica con dos debutantes que se comen la pantalla. La cinta se podría titular Cuando Gary encontró a Alana. Gary lo interpreta Cooper Hoffman, hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman, amigo y actor fetiche de Anderson, con quien colaboró en cinco ocasiones. El muchacho está fantástico, parece mentira que sea su primera película, y resulta sobrecogedor lo mucho que recuerda a su padre y lo bien que ha heredado el talento. Alana es Alana Haim, componente de la banda musical Haim junto a sus dos hermanas, que también aparecen. Es todo un descubrimiento y tiene un carisma y una naturalidad impresionantes. Por no hablar de la increíble química que desprenden. La película es un delicioso y vehicular poema de puro amor. Corre a verla, querido lector. Corre como sus protagonistas. Con un mundo en crisis, con un mundo en guerra, corre hacia tu amor. Y abrazaos con ímpetu.