Imaginemos una gran empresa que en los últimos 30 años venía funcionando bien como balance general, y que sin duda podría decirse que, analizándola en el tiempo y realizando determinadas acciones, hubiese podido funcionar mejor. Todo es posible porque nada llega al nivel de la perfección total y, además, dicho desde la distancia sucede, y valga como símil que todo el mundo torea bien desde la barrera, pero se olvidan de que se debe salir al ruedo y mirar de frente al toro. Pero lo importante es que, pasados los años, la empresa continúa con buena actividad, aumenta su plantilla, incrementa salarios y beneficios y se moderniza adecuadamente y, aunque, es posible que existan protestas de la Junta General de Accionistas, el ambiente es asumible y soportable.

Pero sucede que de repente se inician los problemas: el departamento comercial dice que funcionarían mejor haciéndose ellos una empresa independiente del resto de departamentos, de esa forma no tendrían que cargar con algunos costes que a ellos no les parece que añadan ningún valor y además sus beneficios no tendrían que compartirlos con nadie. Esto ni gusta ni convence a la empresa, por lo que no acepta que se produzca la disgregación. A partir de aquí comienza una especie de demanda colectiva que tiene como base la acusación que unos se hacen a otros y que conduce a esconder la falta de responsabilidad que tienen, y como consecuencia se produce una devaluación de la productividad y la competitividad, que se refleja en la rentabilidad negativa de la empresa y en el desconcierto y malestar de los accionistas.

Si todo esto lo trasladamos a un país y más concretamente al nuestro, España, veremos que algo parecido es lo que está sucediendo, con una deriva importante y es que a los accionistas, que en este caso son los ciudadanos, en vez de pedir responsabilidad a la empresa y a sus departamentos, léase la nación y sus instituciones, se les contagia el sálvese quien pueda y se dedican a fabricar bandas enfrentadas unas con otras.

No es posible que a día de hoy asumamos como un valor que los partidos políticos sean algo innecesario para nuestra convivencia y que los políticos son la negatividad del avance de una sociedad. No puede haber algo más equivocado y nefasto para nuestras libertades ciudadanas, porque, para aquellos que no lo vivieron y tampoco se informaron, la consecuencia de la desaparición de estos instrumentos, los partidos políticos y de los políticos, es la vuelta al franquismo, tan nefasta experiencia para quienes lo vivimos, bueno, para casi todos, porque los hay desde dentro que trabajan para ese retorno.

Además es necesario que no exista debate sobre si hay departamentos de la empresa que quieren estar fuera (para nosotros los ciudadanos serían los territorios), porque la complementariedad del conjunto es lo que nos da el mejor valor y, sobre todo, porque deberíamos trabajar por la fusión de las compañías, es decir, y volviendo a la analogía empresa/nación, hacer de la Unión Europea la única nación, pues será la manera más eficaz de entender una convivencia sin límites, por tanto salir del grupo debería acompañarse de la pregunta por el ciudadano, para ir adónde.

En definitiva, si ya nos hemos hecho a la idea del valor de lo que significa el conjunto como complementariedad de activos y mayor protección de todos los que lo conformamos, habremos dado un importante paso. No tiene ninguna lógica que hagamos guetos de nuestras vidas. Es necesario que podamos conseguir que cada organismo/institución, que cada ciudadano asuma su papel y la obligación de responsabilizarse de ello, pues no solo debemos exigir derechos, es necesario entender que esto conlleva deberes y, por supuesto, el sentido del respeto de cada uno por el resto. Sin esto, el avance no existe y vamos claramente retrocediendo.

Cuando una empresa se encuentra ante una situación en la que una de sus delegaciones actúa al margen de las directrices generales, está ante un problema muy importante que debe resolver de forma inmediata, porque en el caso de no hacer frente a esto, puede suceder que la manera de actuar de dicha delegación rebelde tienda a comunicarse al resto de las existentes en el territorio y desde luego solo existe un camino, que, por supuesto, no pasa por cerrar la delegación. Será necesario despedir al gerente de esta, pues de no hacerlo se pondrá en cuestión la dirección de la empresa y, por tanto, su unidad y marca dando lugar a un conjunto de virreinatos, cada uno con sus propios criterios al margen del interés general de la empresa.

Una empresa es como una orquesta, ningún instrumento puede tocar cuando lo desee, siempre deberá hacerlo bajo la batuta del director. Así el resultado será el buscado por el conjunto.

Los políticos no son extraterrestres, los políticos somos nosotros mismos. Ellos son una fotografía real de la sociedad, así que si deben cambiar significa que todos estamos en esa transformación. Y para que comprendamos cómo debe hacerse sería exigir con seriedad que hagamos los cambios que se necesitan para continuar avanzando. Que en las leyes con sentido de Estado, como ejemplo una nueva ley electoral, se tenga el compromiso de participación y acuerdo de al menos los principales partidos políticos representados en las Cortes.

No es posible que los ciudadanos nos podamos sentir cómodos dentro de un espacio democrático con partidos que propongan lo contrario, que su doctrina ideológica, por llamarle educadamente, se basa en limitaciones a los derechos ciudadanos y al confrontamiento social entre géneros y posiciones.

Por tanto, es necesario que entendamos el concepto de patriota como viéndonos unos a otros, compañeros de viaje unidos en intereses generales y con capacidad de desarrollo personal suficiente para sentirnos personas que identificamos al resto. De esta forma conseguiremos que la empresa funcione, avance y responda a los mejores y más solidarios intereses.