El sátrapa Vladímir Putin pasará a la historia como el tirano que es. Sin reparo en destruir bloques de pisos, masacrar a la población civil en su fantasía imperialista o en atentar con armamento letal la sede del Gobierno ucraniano. Por ello deberá ser juzgado por crímenes de lesa humanidad. El mal endémico de los nacionalismos exacerbados debe hacernos cerrar filas sobre el proyecto más solvente construido en siglos: la Unión Europea.

Vivimos en un mundo de tiranos sin escrúpulos con una naturaleza destructiva que pone en jaque nuestra convivencia. Lo insólito son las décadas de paz vividas en Europa cuando la historia de está repleta de conflictos bélicos, guerras liberticidas o crímenes de Estado. Es precisamente la convivencia basada en los derechos humanos, las democracias liberales y la fortaleza del Estado de Derecho lo que se diferencia de la actual invasión de Rusia de otros momentos de tensión belicista el pasado siglo en Europa. Es algo a tener muy en cuenta.

Vivimos en un mundo de tiranos sin escrúpulos con una naturaleza destructiva que pone en jaque nuestra convivencia

Este muro de valores insustituibles que tiene Europa a día de hoy puede con todo. Se está comprobando en la amenaza de Putin: desde la eficacia y rapidez de los gobiernos democráticos, que ha sido puesta en cuarentena por la aireada superioridad de los autoritarismos, y la entereza que sujeta la razón en un mundo polarizado. El tejido de reglas y de contrapoderes nos alejan de la locura autoritaria a golpe de impulso. Si Rusia fuera una democracia, no habría guerra.

Lo decía Borrell en su discurso histórico en la Eurocámara: «Es hora de permanecer unidos y firmes frente a la tiranía, aunque haya sacrificios». No se puede mercadear con los derechos humanos ni debilitar a las democracias consolidadas por compromisos financieros. La salida a la crisis está en más Europa.