La pandemia de covid-19 ha dejado muchas consecuencias, algunas muy evidentes, como las muertes relacionadas con este virus, y otras importantes, incluso mucho, pero menos visibles. Voy a tratar de reflexionar sobre una de ellas: la inseguridad que se ha generado.

Una persona que hace unos años llegaba al mundo, al nuestro, el occidental y privilegiado europeo, lo hacía en condiciones de una gran seguridad. Su madre habría contado con una planificación médica y revisión durante los nueve meses. El parto, mayoritariamente en un hospital, habría estado protegido por personal especializado y en unas condiciones higiénicas perfectas. La criatura habría podido dormir sus primeras horas de vida entre los brazos maternos y, en casos extremos, con la ayuda de una incubadora. Los primeros años transcurrirían entre los riesgos propios de la infancia y la calidez de un hogar con todos los adelantos, con alimentación suficiente y sana. Así podríamos seguir con una hipotética radiografía de una vida feliz hasta los últimos años de vida en una moderna y cómoda residencia. La expresión que podría servirnos para definir todo eso sería: con seguridad, en sus muchas vertientes, jurídica, sanitaria, pública, etc. Todo discurría de una forma previsible y segura.

Gregor

Estupor

Y llegó el virus. Y todo eso se derrumbó. Muchas personas fallecieron por complicaciones provocadas por esta enfermedad, a veces combinadas con otras dolencias previas. Millones han enfermado en todo el mundo, sin secuelas o con ellas. Y, en medio de todo esto, el estupor, la incredulidad. En los medios de comunicación, y en las redes sociales, ya debemos incorporarlas al mundo de la información o, casi siempre, de la intoxicación, las noticias o rumores invadieron nuestras vidas. Sobre el origen, sobre la gravedad, sobre las vacunas, sobre la fortaleza de nuestro sistema sanitario, sobre lo que hacían los suecos o los norteamericanos. Y los expertos, a miles, dando su opinión, acertada o errónea, nadie lo sabía. El miedo se fue instalando en nuestras vidas y con él la inseguridad. Conforme iba avanzando la pandemia descubríamos que los gobiernos se equivocaban y que los alemanes que siempre nos habían parecido tan listos ahora no lo eran tanto. Y eso daba mucho miedo. Algunas personas no visitaron a sus familiares, incluso abuelos a nietos, por temor al contagio, incluso por periodos de tiempo que nos pueden parecer desorbitantes, más de un año. La inseguridad se ha instalado en nuestras vidas.

Aunque estemos geográficamente muy lejos de ese escenario sus efectos nos alcanzarán y el miedo a esas consecuencias adversas ya está entre nosotros

Cuando todos los indicadores nos hacían ver que lo peor de estos meses tenebrosos estaba acabando, llega la guerra. Vladimir Putin ha decidido invadir a un país vecino, Ucrania, y han comenzado los combates. Aunque estemos geográficamente muy lejos de ese escenario sus efectos nos alcanzarán y el miedo a esas consecuencias adversas ya está entre nosotros. Una nueva dosis de inseguridad.

Las decisiones políticas son importantes para todos. A veces lo percibimos con nitidez, pero otras veces no. Quienes ejercen responsabilidades, a cualquier nivel, incluso en el más bajo, tienen que hacer todo lo posible por mejorar las condiciones de vida de los gobernados. Y en la seguridad ese papel es decisivo. Más allá de los datos objetivos, que son medibles, comparables, hay un componente de la seguridad que es imperceptible ya que es subjetivo. Cada uno de nosotros ve su seguridad según unos parámetros que son distintos en todas las personas. Dos vecinos, incluso dos convivientes, con experiencias muy similares, pueden pensar que están seguros, uno de ellos, o muy inseguros, otro.

El jueves 24 de febrero, por la mañana, iba paseando por una de las calles más céntricas de Zaragoza con los cascos puestos y escuchando una emisora de radio. Una portavoz de Vox estaba diciendo que el grado de inseguridad que se había alcanzado en nuestra ciudad era tal que no podíamos salir a la calle, que teníamos que encerrarnos en nuestras casas.

Discursos de odio

Mientras oía eso me iba cruzando con cientos, miles, de paseantes. Continuaba esa portavoz diciendo que los inmigrantes eran los culpables de esa situación casi apocalíptica. Unos minutos después en una céntrica cafetería unas señoras, musulmanas por su vestimenta, se tomaban su desayuno hablando de sus cosas y al lado de tranquilos vecinos.

Esos discursos de odio son muy peligrosos. Esas mentiras, conscientes, sobre la inseguridad hacen mucho daño. Y detrás hay toda una organización política que aspira a conseguir los votos suficientes para poder gobernar o influir en quienes lo hacen. ¿Cómo hubieran gestionado nuestros miedos en la pandemia? ¿Qué decisión tomarían ante la llegada de cientos de refugiados ucranianos?

Los votantes de estos partidos ultranacionalistas, ¿no tienen dudas a la hora de apoyarlos en las urnas?.