Del mismo modo que durante la Dictadura la no celebración de la Cincomarzada obedeció a una decisión política, también lo fue su recuperación tras la muerte de Franco

En ambos casos ha existido un trasfondo partidista y sectario que, lejos de buscar la unidad, la integración y la cohesión social de la población, se ha fundamentado en una subjetiva interpretación de los hechos históricos que, partiendo de fuentes interesadamente sesgadas, se han trasladado ante la opinión pública como una verdad absoluta e indubitable, situando a la disidencia en la diana de la exclusión y de la estigmatización social. Un preludio, en toda regla, de la actualmente imperante cultura de la cancelación: la cultura woke.

Así mismo, los dos relatos (el franquista y el de la democracia) tienen igualmente en común que, a través del etéreo ensalzamiento heroico de la Cincomarzada (por acción u omisión) niegan la evidencia del sufrimiento humano sobre el que se sustenta. Y es que la Cincomarzada es una fiesta que hunde sus raíces en la sangre de los más de tres centenares de aragoneses que murieron asesinados en Zaragoza el 5 de marzo de 1838, en el transcurso de una cruel batalla que se desencadenó en el transcurso de una de las más virulentas guerras civiles que se han librado en España.

Mitos del carlismo

Pero basta echar un vistazo a la mayoría de manuales o libros de Historia, para comprobar que, a lo largo de décadas (también durante el pleno franquismo) la historiografía general ha establecido una serie de mitos en torno a las guerras carlistas que continúan inamovibles, como si de la promulgación de infalibles encíclicas papales se tratase. El principal de ellos, que los carlistas del siglo XIX, así como las decenas de miles de carlistas que integraron los tercios de requetés durante la guerra civil de 1936, no fueron sino un hatajo de fanáticos católicos, contrarrevolucionarios y antiliberales, partidarios de una monarquía absoluta y radicalmente opuestos a cualquier atisbo de libertad en España. Lo que es absolutamente falso. El carlismo, así como su aparentemente antitético movimiento anarquista (ambos sustentados en una amplísima y humilde base popular, de mayorías rural y urbana, católica y atea respectivamente) fueron dos movimientos genuinamente españoles y los dos que, seguramente, más han influido en la identidad reciente de España, así como en nuestros aportes y relaciones con América, Asia y Europa.

Sobre la cuestión de la legitimidad al trono de España, que provocó la guerra civil de los siete años (1833-1840) en la que se circunscribe la Cincomarzada, cabe decir que se suscitó a la muerte de Fernando VII, en el marco de una monarquía hereditaria por línea masculina. Y aún hoy en día existe un abierto debate histórico sobre a quién (a la reina Isabel II o a su tío Carlos V) le asistía en derecho la Corona real a la muerte de su (respectivamente) padre y hermano. Isabel fue proclamada reina, a los 3 años de edad, por el apoyo que unánimemente y sin fisuras, le prestó el Ejército de la nación en pleno. De manera que si Carlos y sus partidarios carlistas pudieron lanzarse a la lucha fue por el gran apoyo popular con el que contaron. Y Aragón no solo no fue una excepción, sino que el Bajo Aragón y el Maestrazgo constituyeron dos de los principales baluartes de la causa carlista durante aquella trágica guerra.

CELEBRACION DE LA FIESTA DE LA CINCOMARZADA EN EL PARQUE DEL TIO JORGE. PEÑISTAS PREPARANDO COMIDA. JAIME GALINDO

Solamente desde la óptica de la ciencia histórica (sin la distorsión de interesadas lecturas políticas) podrá abordarse una parte tan sensible y determinante de la Historia de España, como lo ha sido el carlismo, las guerras civiles carlistas, así como la –manipulada e instrumentalizada por el franquismo– participación del carlismo en la guerra civil del 36, sobre la que siguen manteniéndose muchos mitos y categorizaciones apriorísticas. 

Cuestionable celebración

Por lo demás que (vigente la Ley y leyes autonómicas de Memoria Histórica y Democrática) la Cincomarzada continúe celebrándose, es –desde una perspectiva histórica, moral (por el desprecio que supone a la memoria de las víctimas) y hasta posiblemente legal– cada vez más cuestionable.

Quizás la reciente y devastadora guerra que (sin casus belli y con un desprecio absoluto a la vida de las personas, cometiendo crímenes de lesa humanidad y provocando el desplazamiento de –hasta el momento– casi un millón de refugiados) el poderoso ejército de Rusia, a las órdenes del presidente neo soviético Putin, ha iniciado contra Ucrania, pueda ayudarnos a no banalizar sobre el sufrimiento y terror que provocan las guerras. Todas las guerras, por muy distantes en el tiempo que hayan sido. 

“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian, se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. (Erich Hartmann).