A veces un mueble exageradamente desproporcionado puede representar el fracaso de una reunión entre políticos adversos para desactivar la crisis de Ucrania. La mesa de cuatro metros de largo en la que recibió Putin a Macron el pasado 7 de febrero en el Kremlin ejemplifica la frialdad y distanciamiento que practica el nuevo zar de Rusia en su casa.

Marca su territorio con desprecio protocolario en cada gesto. De la misma forma que invade un país vecino, ataca, lanza misiles y bombardea objetivos civiles, causando miles de muertos y amenaza con pulsar el botón nuclear si el resto del mundo le lleva la contraria. Esa mesa blanca, fría, helaba la sangre a cualquiera antes de sentarse para abrir la boca y salir corriendo. En esta imagen premonitoria del desastre no había micrófonos, ni papeles, solo la mirada azul polar y huidiza de un psicópata, que trata al resto de líderes como a títeres (excepto a China), él ya había dado la orden de atacar a Ucrania y pedir su rendición incondicional.

Su biografía pone los pelos de punta. Es un ser solitario que solo tiene afecto a sus dos perros (porque los perros obedecen siempre). Un autista y un macho alfa que únicamente parece feliz practicando deportes extremos. Un gallo que no negociará nunca con otro gallo que no se rinda, porque no se fía ni un pelo de sus mentiras. Ha agredido a un país donde el sentimiento de patria cala muy hondo, sobre todo cuando sus bombas matan a la gente en las calles y en sus casas.

Y el otro gallo, Volodímir Zelenski, le ha salido bravo. El sexto presidente de Ucrania tiene una carrera surrealista pero mucho más empática que Vladimir. También licenciado en derecho fue un cómico televisivo y sabe actuar cuando el escenario es dantesco. Habla a su pueblo apasionadamente como lo hizo en videoconferencia ante el pleno de la Eurocámara para pedir la adhesión de su país a la UE: «Demuestren que están con nosotros, demuestren que no nos dejarán solos, demuestren que son europeos y entonces la vida triunfará sobre la muerte y la luz ganará a la oscuridad».

Es un hombre joven. Luce camiseta estrecha militar y seguramente escucharía con gusto la canción Den una oportunidad a la paz, que John Lenon y Yoko Ono cantaron desnudos en la cama de la habitación 1742 en un hotel de Montreal contra la guerra de Vietnam, a finales de los años sesenta. Y que el movimiento hippie popularizó con el famoso lema Haz el amor, no la guerra en una gran manifestación pacífica en Oregón.

De lo que estoy segura es que a Putin este himno pacifista, que conmovió a la juventud del mundo, le resulta indiferente. Le van más las armas y soltar misiles poniendo al planeta al borde de la tercera guerra mundial en pleno siglo XXI, cuando solo veíamos el peligro nuclear en el cine.

Personalmente pienso que la vida de un solo hombre vale más que la patria, pero parece que no aprendemos la lección. Ojalá negocien, se pare la guerra y Putin se vaya a cazar perdices. Fin.