Dijo el otro día el presidente de Francia, Emmanuel Macron, después de mantener otra reunión con su colega ruso, Vladímir Putin, que «lo peor está por llegar». Y es que no parece que Rusia, pese a las dificultades que está encontrando para ocupar Ucrania, vaya a cambiar su actitud violenta. Por eso hay que entender la complejidad del momento y hay que exigir a todos los políticos, también a los españoles, estar a la altura de la ejemplaridad con la que las autoridades y el pueblo ucranianos están luchando para ser libres y vivir dentro de unos parámetros democráticos. Y eso exige un compromiso activo que en España debe afrontar con mucha madurez la izquierda.

Porque no podemos volver a airear con el mismo sentido el No a la guerra de tiempos pasados. Se puede mantener pero hay que actualizarlo. Uno de los principios básicos de la izquierda debe ser la solidaridad con los débiles a toda costa. Y la izquierda española debe saber escuchar en estos momentos tan complicados. Los ucranianos están pidiendo ayuda porque han decidido resistir y hay que brindársela, a pesar de que esto suponga muchas complicaciones. Porque todo tiene muchas más dificultades que en otros momentos. Las posiciones antibelicistas y pacifistas que estamos escuchando del portavoz de Unidas Podemos y diputado por Zaragoza, Pablo Echenique, o de la líder del partido, la ministra Ione Belarra, a la larga significan más un apoyo al invasor y un perjuicio al invadido, que encima se encuentra en inferioridad militar y con escasas posibilidades de defenderse de una potencia como Rusia. Es evidente que el envío de armas, la medida aprobada por el Gobierno español después de que lo hicieran prácticamente todos los ejecutivos europeos (incluidos los socialdemócratas alemán y portugués) salvo Chipre, Malta y Austria, es conflictiva. Se pueden plantear dudas sobre a quién van a llegar esos paquetes de armamento, quién los va a llevar hasta los lugares donde se usen, se corre el riesgo de que sea interceptado el material por el enemigo, como ocurre en muchos conflictos bélicos... Pero eso es una cosa y otra salir a gritar ahora No a la guerra y No a la OTAN. Hasta los Verdes han aprobado en el parlamento alemán el mayor gasto de defensa en ese país: 100.000 millones de euros. Una aprobación unánime.

Lo que ahora toca, pues, es entender la complejidad del momento y alinearse todos en este respaldo al pueblo ucraniano que exige un compromiso activo. Este es el momento. Después llegará el tiempo, como ocurrió en el conflicto de los Balcanes con Milosevic y otros, de juzgar la irresponsabilidad y los delitos que cometan los que dirigen ahora mismo al país invasor. Pero eso tardará. También lo dijo el presidente Pedro Sánchez: «La guerra será larga».

España está integrada en dos clubs, la Unión Europea y la OTAN, y debe estarlo con todas las consecuencias, para lo bueno y para lo malo. El cierre de filas que se está haciendo en la UE es fruto del miedo a lo que puede venir con este conflicto, no porque se persiga ninguna cohesión territorial. Porque, en el fondo, defender en estos momentos a Ucrania y a su pueblo, es defender a Europa, a todos nosotros. Ese es el mensaje que debe calar también en la izquierda española y al que miembros del Gobierno como la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, o el ministro de Consumo, Alberto Garzón, ya se han unido. Si al final, Putin logra su objetivo y consuma la invasión, nadie sabe si querrá seguir anexionando territorios de la Gran Rusia y quizás Georgia, Moldavia o las repúblicas bálticas estén en su punto de mira. Y si eso ocurriera, la OTAN deberá cumplir su tratado que le obliga a responder militarmente si se produce un ataque a alguno de los miembros de la organización. Por eso el mensaje del No a la guerra hay que redireccionarlo. La complejidad y la incertidumbre es tal que todos debemos estar con los pies en el suelo. El No a la guerra debe escucharse. Pero también hay que saber escuchar a quienes nos están pidiendo ayuda para defender su libertad.