Las imágenes que el pasado 23 de febrero vimos en la sesión de control pasaran a la historia del PP como el ejemplo de lo que nunca debió darse en su partido: la entrada de Pablo Casado al hemiciclo, escoltado por los que horas antes le habían traicionado, y la salida de su escaño solo, hundido, tras haber pronunciado su mejor discurso en apenas dos minutos y medio, me produjo ternura, una corriente de simpatía con quien tengo enormes diferencias políticas.

Pablo Casado.

En esos escasos minutos vimos lo peor de la condición humana y posiblemente la cara más cruel de la política. En los tres días previos hubo de todo, traiciones, venganzas, cinismo, hipocresía, ambición, maldad. Nadie merece este sórdido final en el que muchos de los que habían aupado a sus cargos se ensañaron con él cruelmente pidiendo su cabeza con urgencia.

Cuando retó a Ayuso por el asunto de la comisión de su hermano en la compra de mascarillas, ella se rebeló en público y le acusó de espiarle. Él se pasó de frenada en un programa de radio y viendo que no cedía, se retractó. Claudicó y no hubo clemencia. En directo, con manifestaciones pidiendo su cabeza ante Génova y con las televisiones sirviéndolo como plato del día a todas las horas. Era la crónica de una muerte anunciada.

Pasar en unas horas de acusar a Ayuso de bordear prácticas delictivas, a dar por superada la investigación sobre las mismas para lograr un acuerdo, fue una descarada forma de reírse de la ciudadanía, de sus afiliados y también de los dirigentes de su partido.

Es curioso que cuando hace unos meses los diputados de Podemos en la Asamblea de Madrid interpelaron sobre el contrato del hermano de la presidenta, ningún medio de comunicación de ámbito nacional le dio cancha, y ella misma les llamó de todo menos bonitos. Lo mismo ocurrió cuando una diputada socialista preguntó por qué el hermano de Ayuso iba por los hospitales ofreciendo contratos. En aquella ocasión la presidenta de la Asamblea de Madrid le echó de la cámara. Y ahora, en medio de la pelea orgánica, se vuelven a utilizar estos contratos como arma arrojadiza entre ellos sin averiguar si hay o no corrupción. Es cierto que las formas detectivescas han sepultado el fondo. Nadie en el PP ha vuelto a hablar públicamente de ello, pero no implica olvido; es más, las sospechas de corrupción se usarán cuando convenga dentro y fuera del partido.

En estos tres año y pico, Casado, la joven promesa del PP, ha tonteado con Vox, dando valor al populismo de Ayuso y ha sido incapaz de aportar ideas y soluciones a los terribles problemas del país.

La oposición del griterío y las descalificaciones, hasta 21 adjetivos calificativos al presidente del Gobierno en los tres minutos de pregunta en la sesión de control de hace unos meses, no le han quitado la presión de Vox, que seguro le habrán desquiciado llevándole a bandazos que no convencían a nadie. A pesar de que las encuestas, muchas de ellas echas a la carta, le daban algún desahogo, su liderazgo ha ido languideciendo hasta que los medios de comunicación afines, que un día antes alababan los buenos resultados en Castilla y León, le quitaron el soporte mediático y le dieron la puntilla.

El problema ahora es que no pueden seguir sin resolver qué hacer con Vox. Porque Ayuso y Feijóo tienen dos formas distintas de entender las relaciones con la extrema derecha. Mientras que la lideresa madrileña nada en el trumpismo y roba en parte el discurso de la ultraderecha, el presidente gallego, haciendo un discurso moderado y una gestión neoliberal en lo económico, ha conseguido que no entren en el parlamento gallego. Conciliar estas dos posiciones será muy complicado, sobre todo si de sus votos depende forma o no gobierno y ser o no ser presidente de comunidad autónoma o del Gobierno central.

En todo este lío, lo más penoso es que los dirigentes populares pasan de las posibles corruptelas en la comunidad de Madrid, como si no fuera con ellos. Se olvidan de que el origen de esta tremenda batalla política es la corrupción y la ambición de poder, y que no perseguirla implacablemente deteriora la democracia y fomenta los populismos.