Hasta hace poco no habíamos oído hablar de Marianne Weber, la esposa de uno de los más grandes pioneros de las Ciencias Sociales. Antes de casarse con Max, la familia de Marianne la envió a una escuela para aprender a dirigir la casa y poder cumplir el rol que de ella se esperaba. Marianne se dirigió a su prometido pidiéndole libros para leer. Max se mostró inquieto y le respondió que debía labrarse un lugar en el espacio doméstico: «Mi mente me dice que tendrás una posición más segura si no te centras en la esfera puramente intelectual y filosófica sino en un dominio de actividad práctica, ya que en el ámbito intelectual yo tengo naturalmente mayores recursos». Naturalmente, dice. Marianne no aceptó las prescripciones y trató de compartir el trabajo intelectual de Max. Así consiguió que su marido tuviese opiniones relativamente progresistas sobre el papel de la mujer y su derecho a una vida intelectual.

Marianne Weber fue una teórica y científica social por derecho propio

De esta manera, ignorábamos que Marianne Weber fue una teórica y científica social por derecho propio centrándose en el estudio de una ideología de género de una masculinidad agresiva y una feminidad espiritual y domesticada, así como en la primera oleada de movilización y pensamiento feminista. Marianne Weber no fue invisibilizada porque nunca tuvo visibilidad. Los manuales de las ciencias sociales la ignoran, como a Harriet Martineau, a Jane Addams y sus compañeras científicas, (además de trabajadoras sociales) en lo que ahora, y solo ahora, se clasifica como la Escuela femenina de la Escuela de Chicago, como a Charlotte Perkins o a Anna Julia Cooper, o a Beatrice Potter Webb o a Mary H. Richmond y su impresionante 'Social Diagnosis'. Nos habían contado la historia de los hombres. Está pendiente conocer la de las mujeres.