Al principio de la Segunda Guerra Mundial, el pueblo de Estados Unidos estaba radicalmente en contra de entrar en el conflicto que se vivía en Europa. Con la posibilidad de ser invadidos como una opción muy remota, los ciudadanos creían que la cosa no iba con ellos, y Roosevelt tuvo que pelearse cada envío de armas, de alimentos, de dinero, cada apoyo explícito que concedía a los aliados.

No fue hasta el ataque de Pearl Harbour, cuando se vio atacado en su propio territorio, que el estadounidense medio entendió que la cosa también le concernía, y el país entró en guerra. Eso fue en 1941, dos años después de la invasión de Polonia, tres años en los que Europa sangró. Quiero decir con esto que los pueblos pueden tener voluntad de ayudar a los atacados, pero que hasta que no sufren el conflicto en carne propia no se involucran de verdad. Estados Unidos y Gran Bretaña anunciaron ayer que dejaban de comprar petróleo a Rusia, y eso a Putin le va a doler. Pero Europa no se ha pronunciado. Porque si lo hace, el pueblo sangrará, y lo hará en forma de incomodidades muy serias en nuestra confortable vida diaria, y de un coste serio para nuestras economías.

No fue hasta el ataque de Pearl Harbour, cuando se vio atacado en su propio territorio, que el estadounidense medio entendió que la cosa también le concernía

Veríamos a ver qué pasaba con la opinión pública que ahora está (estamos) henchida de buena voluntad. Europa todavía no ha sangrado de verdad, y por eso ayudamos, y lo hacemos de corazón, pero no nos hemos involucrado hasta el punto de sufrir por nuestros principios y por el ataque a la autonomía de Ucrania. Creo que Putin lo sabe, por eso miente y parece tan tranquilo. Por eso China, aliada de Putin, se mantiene a verlas venir. Y por eso nuestros gobernantes lanzan mensajes de firmeza pero tienen un tacto exquisito en cada paso que dan.