Los gestos son el mapa del tiempo meteorológico de la comunicación. Las isobaras de la cara definen la presión atmosférica del comportamiento. Y los sismos del cuerpo nos sirven para anticipar terremotos de la conducta. El gesto es la primera respuesta visible de ese intercambio de información. De hecho, determina la interacción humana antes de su inicio. Sondeamos el rostro ajeno antes de pedir o preguntar algo. No conviene solicitar una subida salarial en lunes. Y nadie se atreve a demandarlo cuando percibe el rebufo del jefe tras la puerta de su despacho. El gesto pertenece a quien lo ostenta, pero en realidad lo protagoniza el que lo percibe. Los pensamientos y recuerdos evocan gestos.

Pero los que nos rodean sólo pueden interpretarlos conforme a su realidad, no según nuestra imaginación. El malentendido ya está servido. Nacemos con un proyecto de cara que ya tiene el ceño fruncido. Nos morimos desencajados camino de la tanatopraxia. El gesto no nace, pero se hace y nos hace. Antes de conocerlas, las personas son amables o distantes gracias a sus gestos.

Apariencia bondadosa

De ahí pasamos a la simpatía o a la frialdad. Después de conocerlas, no solo modificamos la interpretación que hacemos de sus rictus, sino que llegamos a cambiar sus gestos para nuestra tranquilidad. Las personas son cínicas o desvergonzadas, porque nos engañamos interpretando sus primigenios gestos de apariencia bondadosa. O, tras el paso del tiempo, son entrañables en el fondo porque dimos un giro a nuestra suspicacia natural. Somos seres tan gestuales como malos gestores de gestos. Gestamos gestos, pero siempre acabamos por demandarlos. Pedimos un gesto como una excusa que nos ofrezca una salida airosa a nuestro fracaso.

Todo, antes que reconocer nuestro error o asumir un giro responsable por decisión propia. Nuestros gestos son ecuánimes. Sin embargo, los gestos del adversario son para nosotros una bandera blanca de rendición incondicional. Descifrar los gestos pertenece a la criptología psicológica. Y este código secreto ni siquiera es culturalmente universal.

Política de gestos

Como divertimento profesional, reconozco su atractivo. Como profesional, es más riguroso y útil acudir a las evidencias científicas para analizar y corregir comportamientos concretos. Además, tras la mejora mental, nuestros pacientes siempre salen con un gesto de agradecimiento de la consulta. Premio doble.

La política de gestos es la base de las relaciones internacionales. Y su lenguaje es la diplomacia. La unidad de medida común del gesto es el gasto. Lo que hace que el esperpento sea el esperanto del entendimiento. Descubrimos que el petróleo de Venezuela no era malévolo y revolucionariamente bolivariano. Solo lo habían dibujado así. El barrilete «aiguado» de Maduro es ahora un Don Nicolás, de moderado vientre bajo y gesto bonachón. Las derechas tienen que torcer el gesto en dirección al gasto. Las noticias son sepultadas por sucesos y la información por propaganda. Un corte de manga siempre se impondrá a unos «morritos». Los gestos llegan a transmitirse con la mirada.

Tú ves a Putin, frente a frente, y sabes que te mira, pero no te piensa

Tú ves a Putin, frente a frente, y sabes que te mira, pero no te piensa. Como mucho te imagina. En ese momento, tus esfínteres liberan un gesto de distensión. Sus guiños son tus jiños. En esta guerra, sabemos quiénes son los buenos. Pero los que se aprovechan de estar en el bando acertado, ¿son mejores oligarcas que los oligarcas malvados? Otros, aprovechan el estallido bélico para silenciar sus bombazos.

Futuro conservador

La «fachalianza» popular suscrita en Castilla y León, entre derecha y ultraderecha, diseña el futuro conservador de España, según los de Génova, para regresar al pasado. Y Azcón, el silencioso, ¿encantado de sus futuros socios? El PP inaugura el «feijovoxismo», con una «peineta» a las autonomías, la igualdad y la solidaridad, compartiendo cama democrática con sus detractores.

La Constitución española también es Ucrania. No a la invasión fascista. Las cartas recogen gestos, con textos, que cuesta verbalizar.

El emérito escribe a su hijo para advertirle que vuelve, de vez en cuando. Un ratito en yate y otro volando. Don Juan Carlos ha contactado con la tripulación para conocer la puesta a punto del «Bribón». Los marineros esperan que llegue, para comprobar su estado. Mientras, Felipe VI se inspira en Bunbury para contestar la carta a su padre, con ayuda de Kafka: «Siempre he escuchado y ya no te creo/Porque no te entiendo/Porque estás tan lejos/Si ya no te tiran los tejos/Es fácil ser amable, siendo inviolable/lo tuyo es incalificable uh, uh, uh».