La Historia puede tener muchos usos. Es una fuente de motivación para los pueblos y un instrumento de «legitimación» para sus dirigentes. Tal hecho se da especialmente en los regímenes autoritarios. Hitler buscaba enraizarse en una cultura germánica mítica y heroica, Mussolini veneraba la antigua Roma, el franquismo en un pasado imperial. También Putin, otro dictador, recurre a la Historia, manipulándola para justificar y alcanzar sus fines políticos, como la invasión en Ucrania. Tal manipulación de Putin la describe Bruno Tertrais en su libro 'La venganza de la Historia'. Cómo el pasado está cambiando el mundo, que seguiré en las líneas siguientes, no sin antes recordar las palabras de Eric Hobsbawm: «Antes solía pensar que la Historia, a diferencia de otras disciplinas, como la física nuclear, no le hacía daño a nadie. Ahora sé que puede hacerlo y que existe la posibilidad de que nuestros estudios se conviertan en fábricas clandestinas de bombas, como los talleres del IRA ha aprendido a trasformar los abonos químicos en explosivos». Acierta de pleno si nos fijamos hoy en Ucrania.

Una ciudad legendaria

Un discurso de Putin: «Todo en Crimea recuerda nuestra historia y nuestro orgullo común. En el lugar del antiguo Quersoneso, donde fue bautizado el príncipe Vladímir. Su elección espiritual, el de la adopción de la Ortodoxia, creó las bases de la cultura, la civilización y los valores humanos que unen a los pueblos de Rusia, Ucrania y Biolerrusia. Y es también aquí donde se encuentra Sebastopol, una ciudad legendaria con una historia excepcional, una fortaleza que vio nacer a la armada rusa del mar Negro. Crimea es Balaklava y Kerch, Malájov y Kurgán y el monte Sapún. Cada uno de estos sitios tiene un lugar en nuestros corazones, cada uno de ellos simboliza la gloria militar y el valor excepcional de Rusia». Estas palabras las dijo cuando en 2016 hizo construir una enorme estatua del príncipe Vladímir frente al Kremlin. Había que marcar distancias con la que existía desde hace años en Kiev. Crimea es sagrada para Rusia, como lo es el Monte del Templo para los musulmanes y los judíos, afirmó.

La Rus de Kiev fue el primer Estado eslavo ortodoxo que existió en el este de Europa, desde el siglo IX hasta el XIII

Sucede también que el acontecimiento mítico de 988 es en realidad «un bautismo –del príncipe Vladímir– que hace mil años tuvo lugar, o no, en el territorio de un imperio que en aquel momento era una especie de crisol de vikingos paganos y jázaros judíos», según narra la divertida descripción realizada por el gran historiador Timothy Snyder. Cualquier relato nacional tiene su parte de mito, de novela. Pero no es solo gracias a un truco de magia político-institucional que Moscú puede apropiarse de la Rus de Kiev, a la que presenta como la cuna del país. La Rus de Kiev fue el primer Estado eslavo ortodoxo que existió en el este de Europa, desde el siglo IX hasta el XIII. Por esa identidad y cultura, Rusia y Ucrania hoy reivindican la Rus de Kiev como Estado fundacional de sus naciones para defender sus identidades e intereses. En el Quersoneso se hallan las fuentes bautismales originales de Rusia, afirma Putin. Pero la Rus de Kiev constituye la matriz común de todos los pueblos eslavos orientales, por lo que es tanto el antepasado de Ucrania, como de Rusia y Bielorrusia. Puestos a reclamar, Alemania podría reclamar la región de Champaña en Francia, alegando que en 498 se produjo allí el bautismo de Clodoveo.

Tratado de Pereyáslav

Si aceptamos este relato, la existencia misma de Ucrania sería un mero accidente histórico y Crimea un injusto regalo hecho a Ucrania, por Nikita Kruschev en 1954 con motivo del tercer centenario del Tratado de Pereyáslav, que vinculaba Ucrania a Rusia. Tal Tratado se realizó en 1654 en la ciudad ucraniana de Peresyáslav que, en su momento, fue la capital del Principado de Peresyáslay encontrándose los cosacos de Zaporizhia y el zar Alejo I de Rusia, después de la rebelión de Jmelnitski. El tratado proporcionaba protección al estado cosaco por parte del zar. En 2014, Putin recordó la feliz decisión de Catalina la Grande de anexionar a Rusia el sur de la actual Ucrania. Por el contrario, se estigmatiza a los bolcheviques que aceptaron que la tierra de Rusia formara parte de un Estado independiente. Resultado: según la visión de Putin, las fronteras de este país, Ucrania, reconocidas internacionalmente, son totalmente arbitrarias. Así no sorprende, por tanto, que desde entonces a las dos provincias del Donbass, Donetsz y Luhansk, se las conozca como una «Nueva Rusia», es decir, la región del Imperio zarista entre los años 1721-1917 y hoy la confederación secesionista, proclamada el 22 de mayo de 2014.

A ojos de Moscú, Ucrania es doblemente ilegítima: no solo porque es un Estado artificial, sino porque además está gobernada por fascistas. Para la propaganda del Kremlin, los líderes de Ucrania han pasado a ser banderovtsy –seguidores de Stepán Bandera líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos y con una ideología de extrema derecha– y nazis, mientras que Rusia ha recuperado el papel que ostentaba de 1941 a 1945, luchando una vez más contra los fascistas. Una aclaración sobre los banderovtsy. Fueron colaboracionistas con la invasión nazi, y tras la victoria soviética y la incorporación definitiva de Galitzia a la URSS en 1945, mantuvieron una guerrilla muy brava contra el NKVD de Stalin, con apoyo de la CIA. Su cuartel general en Europa estaba en Munich, donde Bandera fue eliminado por un agente de Stalin en 1959…

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