Si se piensa bien todo se construye a partir de hipótesis plausibles. Me parece que a veces caemos en la tentación de creer que eso es así desde marzo de 2020, con el comienzo de la pandemia, porque desde entonces nuestras vidas han pasado a ser el resultado de hilvanar hipótesis que empezaron siendo solo plausibles pero que, por las más variadas e ignotas razones, fueron convirtiéndose en una molesta realidad. A decir verdad, la expresión «hipótesis plausibles» es una fórmula a la que se recurre en el ámbito de la inteligencia militar para designar situaciones que se hallan a medio camino entre la posibilidad y la probabilidad –así fue calificado en su momento el ataque ruso–.

Pero es en medio de ese ambiguo, abierto e incierto terreno en el que se desenvuelven siempre nuestros días, sin embargo, creo poder hablar en plural al afirmar que hemos tomado conciencia de que ello es así en estos dos últimos años. Y mucho, mucho más en los últimos días desde la invasión rusa a Ucrania. En este breve tiempo hemos visto saltar por los aires –literal y metafóricamente hablando– enclaves físicos del país ocupado y pilares metafísicos, en todos los países y lugares, que dábamos por sólidos y por tanto prácticamente inamovibles. Pilares, principios con los que y por los que nos sentimos a salvo y que constituyen nuestro marco de convivencia, que es casi tanto como decir que nos conforman a nosotros mismos, pues si algo somos es justamente aquello en lo que creemos y, coherentemente, llevamos a la práctica.

El pensador Avishai Margalit distingue entre dos modelos de sociedad posibles, el de la sociedad decente y el de la civilizada

Hablo por supuesto de la democracia, de Europa o, en otras palabras, del respeto a los derechos propios y ajenos. Se nos olvidaba o sencillamente pasábamos por alto que más que un continente Europa es una isla, una isla rodeada no de mar sino diría que de mal. Pueden pensar que este planteamiento es demasiado simple o incluso maniqueo y quizás tengan razón, pero herir, dañar y matar al inocente no puede ser calificado sino de maldad. El pensador Avishai Margalit distingue entre dos modelos de sociedad posibles, el de la sociedad decente y el de la civilizada. La primera, la sociedad decente, sería aquella en la que las instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad, la civilizada sería además la sociedad en la que los ciudadanos no se humillan entre sí. Nada dice Margalit respecto a sociedades que son humilladas no por sus autoridades sino por otras, no obstante, haciendo una interpretación que en Derecho llamamos 'a contrario', sería correcto decir que son indecentes tanto las sociedades que humillan a sus ciudadanos como aquellas que humillan a los ciudadanos de terceros países. Si bien no es difícil inferir que parece algo más que una hipótesis plausible el que aquellas sociedades que humillan a sus ciudadanos no tienen reparo ni límite alguno en humillar a cualquier ciudadano sea de donde sea, nacional o extranjero.

Y a esta, que es una lección que generación tras generación aprende y descubre, aún debemos añadir alguna otra, por ejemplo, la de que nada bueno es gratis. Podría decirse que «buenos» son los ordenamientos jurídico-políticos que edifican su seguridad sobre la libertad de los ciudadanos siendo ambas complementarias, ergo que nadie piense que su creación, protección y defensa sale gratis, aunque supongo que a estas alturas nadie es tan ingenuo como para pensarlo.