¿Qué vemos en la televisión a todas horas? A personas como nosotros saliendo de Ucrania con una maleta de ruedas, con los niños pequeños de la mano. Somos gente de bien, con buenas intenciones, y tenemos sitio en casa. ¿Qué es lo primero que pensamos? Que tenemos que ofrecer nuestro hogar para acoger a alguna de esas personas. ¿Qué nos imaginamos en nuestro fuero interno? Una familia agradable, niños rubios que enseguida se pondrán a chapurrear español gracias al traductor del móvil.

Pues siento pinchar la burbuja, pero esto no es así. ¿Qué pasa si quienes vienen a nuestra casa no nos gustan? ¿O nos aburrimos de ellos en quince días? ¿Qué pasa cuando nos demos cuenta de que no tienen ni para tomarse un café? ¿Cuánto nos va a durar la buena voluntad? No quiero decir que nada de esto vaya a pasar, pero podría darse.

Pensemos que no vamos a sufrir desabastecimiento a no ser que seamos terneros y comamos grano crudo

Por eso es indispensable canalizar toda esta buena fe de una manera profesional. Tampoco sirve de nada enviar palés de la ropa que ya no usamos. Los estamos sepultando con nuestra buena voluntad. Así que calma. La misma calma que con el aceite de girasol. Yo antes solo lo usaba para hacer bizcochos. ¿Para qué voy a comprar ahora cincuenta litros por si acaso? ¿Por si acaso qué? ¿Por si pongo una pastelería?

La guerra en Ucrania está siendo terrible, pero nos la estamos tomando de una forma muy superficial. A ver, pensemos con la cabeza. Pensemos que no vamos a sufrir desabastecimiento a no ser que seamos terneros y comamos grano crudo. Resistamos la tentación de vaciar los supermercados. Calma. ¿No aprendimos nada de la locura de comprar papel higiénico durante la pandemia? Claro, ahora ya no compramos papel, como todavía nos queda de la última crisis de pánico…