La guerra de Ucrania me ha hecho realizar un viaje a mi pasado. Recién inaugurada la democracia en España, algunos de los llamados niños rusos pudieron volver de la entonces Unión Soviética, hoy la famosa Rusia. Mi profesora de ruso era una de ellos. Se llamaba Libertad Álvarez (un nombre de pila muy significativo para una niña que había nacido en la República española). Era una pequeña asturiana que, como tantos otros, fue enviada en un barco a la URSS. Tras algunas peripecias una familia moscovita la acogió como refugiada. Allí era una niña española, y cuando regresó a España, cuatro décadas después, aquí se convirtió en una de los niños rusos. Ironías de la vida que me recuerdan a Miguel de Unamuno, quien decía que siempre se sentía como un extraño: judío entre cristianos, y cristiano entre judíos.

Con ella aprendí ruso y supe que Kiev se leía Kiyef, y también aprendí cosas que desconocía sobre Ucrania, porque con mi profesora de ruso no solo aprendíamos la lengua, sino también su cultura, su historia, su literatura, su folklore, y su gastronomía, su estilo de vida en general.

Patrimonio cultural

Cuando los españoles inaugurábamos nuestro sistema democrático, en 1978, Ucrania era una de las repúblicas socialistas soviéticas, unida al resto. Según mi profesora, poseían un patrimonio cultural muy rico y diferente de otras repúblicas soviéticas, lo cual no es extraño dadas las dimensiones y la diversidad de la URSS. De hecho, tenían una lengua propia, el ucraniano, pero todos los niños tenían que aprender ruso en la escuela. Aquella imposición lingüística me llamó la atención, por eso no me extrañó que unos años después, en 1991, se independizara. Pero los problemas no acabaron ahí.

Gregor

Después, cuando yo trabajaba en la universidad en Madrid, tuve una amiga ucraniana, a quien intenté ayudar, pues su marido era un ruso, borracho y maltratador. Su hijo tenía una parálisis cerebral y ella siempre estaba llorando. Más de una vez lloré con ella. Antes de su divorcio él la insultaba llamándola «ucraniana», como si serlo fuera un desdoro.

Antes de su divorcio él la insultaba llamándola «ucraniana», como si serlo fuera un desdoro

Lo mejor es que ella era una bióloga brillante que había abandonado Ucrania por la insoportable situación del país, desde el punto de vista económico, político y social. Y ahora tendría que dejar a su marido, pues no quería ni debía aceptar que maltratara a su hijo enfermo y a ella misma. Cuando la conocí me dijo: «soy una fugitiva, me siento como una refugiada de guerra». Su recuerdo es como una premonición del destino de muchas mujeres ucranianas, llevando a sus hijos para huir del peligro. Ella tuvo que huir de un ruso maltratador y hoy las mujeres ucranianas tienen que huir de otro ruso para salvarse.

Resulta inaceptable el hecho de que un gobernante actúe como lo está haciendo Putin, pero no hay nada nuevo bajo el sol. Ya en 'La Iliada' se criticaba al rey Agamenón, por utilizar el sacrificio de los demás en su propio beneficio.

Lloro con todas ellas

Si hace treinta años lloraba por y con una mujer ucraniana, hoy lloro con todas ellas, por ser víctimas inocentes que tienen que huir si quieren salvarse (ellas y sus hijos). Nunca hubiera podido imaginar que la metáfora de ser una «refugiada de guerra» utilizada por mi amiga se iba a convertir en una triste realidad.

Hoy, lloro por todos los ucranianos, pero también lloro por los ciudadanos de la Unión Europea. Los primeros por ser las víctimas directas, y el resto por serlo de una forma indirecta.

Tristes guerras dijo Miguel Hernández, aquellas que no son por amor. Ante esta, que no lo es, solo puedo llorar.