Esta semana se han cumplido dos años de que todo cambió. Un virus se instaló en nuestras vidas y se llevó consigo a miles de vecinos y vecinas de nuestra comunidad y a millones de seres humanos en este planeta. Nos encerramos en casa y conocimos lo que era el Estado de Alarma.

Resulta paradójico que ahora que parece que estamos saliendo de esta catástrofe sanitaria y social en vez de celebrarlo disfrutando de la vida, con nuestra gente y con fuegos artificiales, nos encontramos a poco más de tres mil kilómetros con una masacre humana, con bombas, misiles y cohetes.

Hace 730 días que algunos tuvimos un espejismo, la buena vecindad, los aplausos a las 8 en punto para agradecer el trabajo de quienes intentaban salvarnos la vida, nos hizo creer que de esta saldríamos mejores, como personas y como sociedad, pero pronto esa ilusión se transformaría en una pesadilla.

Los primeros, una parte de los políticos que vieron en la tragedia algún tipo de rédito y empeñados en poner palos en las ruedas se dedicaron a patear todo, absolutamente todo lo que supusiera un intento de fomentar la cohesión social, viniera de donde viniera. Polarizando la sociedad como en los peores tiempos de nuestra historia y, por lo tanto, haciéndonos peores, a su imagen y semejanza.

Después los medios, que ya por sí solos venían haciendo carrera, pero que convirtieron la tragedia en un reality y lo que debía de ser un canal de comunicación se transformó en un flujo permanente de desinformación y de bulos y mentiras. La caja tonta, esa gran compañera de soledades, pasó a ser la caja loca, capaz de taladrar la cabeza de los televidentes hasta generar auténticas situaciones patológicas, acompañadas de sus grandes colegas, las redes sociales. Con el desempleo y precariedad que hay en el periodismo... ¿de dónde sacarán a esa horda de troleros?

Y cómo no, el ser humano. De los aplausos se pasó a los insultos al personal sanitario. De la sonrisa amable a la mirada de asco hacia quien supusiera una amenaza. El resistiremos pasó a convertirse en yo me vacuno primero porque lo valgo más y tú te jodes. Y del nosotros al yo y el que hay de lo mío.

Somos capaces de manifestarnos porque queremos salir en libertad de juerga y no porque la luz, el gas o la gasolina estén alcanzado precios que hagan que sean un bien de lujo. Somos capaces de surfear olas pandémicas para ir a tomar el sol a Salou e incapaces de comprender que nuestros jóvenes están sacrificando años muy importantes de su vida y ofrecerles alternativas de ocio y diversión seguras y atrayentes. Y como esto cientos y cientos de ejemplos.

Desde mi rincón resulta lamentable que de estos dos años no hayamos aprendido nada bueno, que no hayamos salido mejores y que demos por finiquitada esta pandemia solo mirando nuestro ombligo sin tener en cuenta que todavía hay países en los que la población sigue sin acceso a una vacuna, y de donde no tener datos de la pandemia no quiere decir que no exista, simplemente que no nos importa.