Entiendo que haya gente para todos los gustos y aficiones, como aquellas que se disfrazan para asistir a representaciones históricas. Personajes como Goya, Pignatelli, b…se paseaban, en 1992, con motivo de la celebración del Día de Aragón por los patios del edificio Pignatelli, sede de la Diputación General de Aragón. Aquellos comediantes participaban de una fiesta cultural y popular en la que artesanos de oficios diversos, músicos y escultores daban conocimiento de nuestra tradición integrándose con la ciudadanía. Esa afición a vestirse como actores de una historia ha llevado a que grupos de simpatizantes reproduzcan hechos bélicos de siglos pasados. Siempre me ha parecido un desacierto, una boutade imitar disparos y muertes, con desenlaces convertidos en parodia de lo que fue la realidad histórica, lo vemos con la emulación que se hace de Los sitios de Zaragoza de la Guerra de Independencia. También, se festeja, lo que conocemos como La Cincomarzada, otro episodio histórico de guerras civiles españolas entre carlistas e isabelinos. En las contiendas nadie sale ganando, las guerras producen muchas miserias, como vendría a decir Jacques Callot en sus grabados, entonces ¿a qué viene convertirlas en festejo? Mejor sería que esta fiesta, que se hace todos los años en el parque Tío Jorge, fuera por motivo –aunque resultó ser una casuística histórica– de la aplicación de la derogación del Reglamento de sucesión (Ley Sálica) por la que pudo reinar Isabel II. La historia universal está para conocerla, estudiarla, pero se ha comprobado que no ayuda a enmendar los errores del presente. Si acaso, si la utilizamos, debería servir para preservar los derechos fundamentales, no para reproducir el pasado. El cine siempre ha sido un vehículo de propaganda de hechos bélicos. Historias, argumentos en los que los buenos y los malos se solían identificar según fuera la procedencia a la que pertenecía la productora cinematográfica. Como si hubiéramos visto poco, las cadenas de televisión pública y privada llevan años, especialmente la pública, emitiendo películas y reportajes sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Este hecho se repite periódicamente todas las semanas. Son intencionadamente reiterativos cuando saben que la televisión es consumida, por muchos espectadores, como el pan de cada día. Esta afición a lo bélico solo sirve para recordarnos que el hombre puede llegar a ser el mayor depredador que parió hembra.

Tiempos de guerra, compromisos, solidaridad, palabras que tienen un trasfondo de preocupación y dolor, también de impotencia y negatividad. Estamos recuperándonos de una pandemia que nos ha cambiado la manera de ver la vida. El ser humano reacciona con impulsos que se traducen en supervivencia. En 2020, en los supermercados, muchos usuarios, en estado de agitación por miedo a lo desconocido, al contagio, a la muerte, compraron papel higiénico para meses, reaccionando como si se tratase de una epidemia de cólera. Ahora con la guerra de Ucrania se ha vuelto a reproducir un hecho semejante, pero esta vez con el aceite de girasol, las vecinas, los familiares hablan de los litros que han conseguido comprar, cual si fuera una hazaña. Me quedo con el amarillo cromo de Los Girasoles de Vicent van Gogh y con los cultivados en los campos de Aragón, deseando que vuelva la paz.