Conforme la invasión de Ucrania se ha ido convirtiendo para Rusia, al menos aparentemente, en un problema más complicado de lo previsto, la guerra civil española ha aparecido en el horizonte de los análisis del conflicto como un acontecimiento del que extraer algunas conclusiones en perspectiva comparada.

A partir del momento en que Europa ha decidido enviar armas a Ucrania los políticos, los historiadores o los analistas que han establecido paralelismos entre ambas contiendas argumentan lo siguiente: España sufrió, entre 1936 y 1939, las consecuencias de la política de apaciguamiento y del Pacto de No Intervención.

Conferencia de Múnich

En la Conferencia de Múnich de 1938, tanto Gran Bretaña como Francia aceptaron la anexión de los Sudetes a la Alemania de Hitler, que fue seguida, meses después, de la ocupación del resto de Checoslovaquia. Dos años antes, en 1936, las mismas potencias democráticas lideraron una iniciativa apoyada por muchos países europeos para evitar la internacionalización de la guerra civil española. Organizaron un Comité para que dicho pacto se cumpliera, aunque todos sabían que Italia, Alemania o Portugal nunca lo respetaron.

Al final de la guerra habían pasado por España 20.000 soldados alemanes, 10.000 portugueses y 75.000 italianos, mientras las democracias europeas se habían inhibido y solo la URSS vendió armas al gobierno de la República.

No hay que enviar armas a Ucrania porque no van a ser capaces de ganar la guerra

En este sentido, conviene recordar los esfuerzos de Negrín en la Sociedad de Naciones por desenmascarar esta farsa o los intentos de resistir hasta que comenzara una muy probable guerra internacional y la República pudiera salvarse. En consecuencia, no deberíamos cometer los mismos errores que Chamberlain y Daladier y deberíamos enviar armas a Ucrania para que resista, pueda defenderse y esta resistencia (junto con las sanciones económicas) convenza a Rusia de la necesidad de negociar la paz.

Quienes están en contra del envío de armas argumentan que el contexto es muy diferente, porque aunque se envíen armas no se van a equilibrar las fuerzas. Cuando España quedó partida en dos, los ejércitos y los recursos estaban equilibrados o incluso eran favorables a la República, que controlaba las zonas industriales.

Los rebeldes triunfaron en unas pocas grandes ciudades (Zaragoza, Sevilla) y contaban con las tropas mejor entrenadas del ejército español y con zonas del interior peninsular. La intervención de las potencias fascistas convirtió un golpe de estado que empezaba a ir mal en una guerra civil de tres años y el apoyo ruso no consiguió ser el contrapeso necesario para alargar la guerra o para ganarla. En este caso, la intervención de las potencias occidentales, Francia o Gran Bretaña, sí habría tenido sentido. Por tanto, no hay que enviar armas a Ucrania porque no van a ser capaces de ganar la guerra, van a aumentar exponencialmente los muertos y pueden provocar una escalada en el conflicto que conduzca a una guerra mundial.

Otra reflexión

Finalmente, quizás se podría añadir otra reflexión sobre los paralelismos entre las dos guerras, concretamente sobre la interpretación que se hace de las mismas por parte de la extrema derecha. Putin ha declarado en varias ocasiones que ha invadido Ucrania para desnazificarla, y es un argumento que se parece bastante a quienes todavía hoy justifican la guerra civil porque había que luchar contra el comunismo.

Es cierto que en Ucrania hay nazis (quizá menos que en Rusia), pero no es, ni muchísimo menos, un estado controlado por nazis. Y es cierto que en España había comunistas, pero solo ganaron importancia precisamente porque casi nadie más ayudó a la República en su esfuerzo bélico.

Sería un milagro que la guerra en Ucrania sirviera para civilizar a la propaganda neofranquista que sigue desprestigiando cualquier trabajo histórico serio sobre la guerra civil española. Pero, por lo menos, la historia comparada podría servir para desenmascarar a quienes utilizan cualquier pretexto para terminar con la democracia y el parlamentarismo, aunque sean incipientes, tengan dificultades o estén en pleno proceso de construcción.