Las características fundamentales de esta corriente pedagógica, denominada también formalismo pedagógico, son las mismas que las de la Filosofía que le sirve de soporte teórico. Aunque existen diferentes tipos de idealismo filosófico, todos tienen en común la aceptación de que la realidad no se identifica con los objetos (la materia), sino que es el fruto de las representaciones mentales (ideas). Es decir, la realidad es algo subjetivo que está condicionada por las construcciones mentales que, a su vez, dependen de las ideologías. Desde el punto de vista sociológico, el idealismo se olvida del impacto que poseen las condiciones materiales tanto en el modo de producirse los hechos sociales como en los resultados. Probablemente, el ejemplo de idealismo más extremo es la hoy denominada ideología de género, puesto que admite que el único condicionamiento del lugar que ocupan en la sociedad las personas de uno y de otro sexo y las relaciones entre ellas no depende de variables biológicas (la materia), sino de las construcciones mentales que se han generado a lo largo de la Historia acerca de su rol social.

Condiciones materiales

En el ámbito de la educación, que es el que va a ser analizado en este artículo, los pedagogos idealistas no incluyen en su razonamiento el peso que tienen las condiciones materiales en la configuración de las escuelas concretas. Por ello, construyen mentalmente un modelo de escuela de acuerdo a su ideología, sin reflexionar si es posible, o no, en la sociedad actual. Ese subjetivismo explica que, en la mayoría de las ocasiones, dicho modelo tenga poco o nada que ver con la escuela real. De forma muy esquemática, los parámetros más sustantivos son éstos: sustitución de la escuela tradicional por la escuela inclusiva, cambio del rol del profesor (deja de ser enseñante para convertirse en investigador y mediador del aprendizaje) y sustitución del aprendizaje de contenidos por el dominio de competencias y de estrategias para aprender a aprender.

La base de la escuela inclusiva es la defensa y promoción de la diversidad del alumnado

La base de la escuela inclusiva es la defensa y promoción de la diversidad del alumnado. Por ello, en su seno deben ser enseñados y educados todos los niños independientemente de su procedencia sociocultural y de sus capacidades. Lógicamente, la atención a tanta diversidad requiere una enseñanza absolutamente individualizada, lo cual exige un aumento sustancial de las plantillas docentes y la existencia de unos programas de refuerzo pedagógico y de apoyo psicológico al alumnado, a las familias y al profesorado. Puesto que en la realidad ninguna escuela está dotada de los costosos recursos materiales y personales que tal modelo requiere, esta propuesta idealista se convierte en un fraude social. Los profesores Fernández, García y Galindo afirman que una escuela de esas características quedaría reducida a una especie de comunidad terapéutica infantil y juvenil en la que el objetivo fundamental sería el tratamiento de las emociones (denominado eufemísticamente 'coaching' emocional) en detrimento del cultivo de la razón crítica.

Gregor

La misión tradicional del profesor era enseñar a sus alumnos los contenidos científicos que los programas escolares oficiales prescribían. Con la llegada del posmodernismo los pedagogos idealistas elevaron su condición a la de investigador en la acción y mediador de un supuesto aprendizaje que debían realizar los alumnos de forma autónoma en grupos cooperativos. Obviamente, los defensores de ese nuevo discurso formalista no se preocuparon de diseñar las condiciones materiales necesarias para que los profesores pudieran llevar a cabo esas nuevas funciones, ni mucho menos lucharon por la consecución de los recursos que tal planteamiento requiere. El profesor Marina, apoyándose en varios estudiosos del tema, afirma que ese cambio de roles solo ha servido para causar confusión, desamparo y perplejidad en el profesorado.

Segundo término

Tradicionalmente, los contenidos eran lo más sustancial del currículum oficial escolar. Sin embargo, en los últimos años el discurso idealista pedagógico los ha relegado a un segundo término, habiendo sido sustituidos por el dominio de competencias a través del aprendizaje autónomo, por el desarrollo de estrategias para aprender a aprender y por el cultivo de actitudes (la palabra fetiche de esta nueva jerga pedagógica de brujos, según Muñoz Molina). La profesora sueca Inger Enkvist, en uno de sus múltiples artículos sobre el tema, dice que para poder pensar hay que haber aprendido previamente los saberes sobre los que pensar. O dicho de otro modo: desde la nada, nada se aprende. Un modelo de escuela que no tiene en cuenta el papel condicionante de las estructuras sociales es algo muy peligroso, no solo por la frustración que crea en los educandos y en los educadores, sino también porque, como asegura Juan Manuel de Prada, considera el saber como una amarga medicina que hay que enmascarar para que resulte digerible, valiéndose de metodologías didácticas que favorecen la infantilización de las mentes.