De tomar el cielo por asalto a quedarse en la poltrona dejando atrás tus principios. Es el titular y resultado de la trayectoria de Podemos. En política las cosas son tan vertiginosas como la vida que nos toca vivir, y más desde la explosión de la pandemia. Lo que ayer era un titular a cinco columnas hoy ya es un vago recuerdo. Las noticias vuelan y los acontecimientos históricos se vuelven cotidianos. Pero hay algo que siempre perdura: el relato, la coherencia y tu trayectoria. Y aquí Podemos siempre ha perdido.

Un partido que capitalizó el descontento para terminar siendo la muleta del oportunismo. Lo de Ucrania y Sahara han sido la puntilla. Y, a su vez, la inflación, la pobreza energética, la rabia de los camioneros o el hartazgo del campo. A pesar de todo, ahí están. Gestionando su incoherencia en varios gobiernos de coalición. Un partido irrelevante y completamente alejado de su electorado. Y más de la calle.

Ni Maru Díaz dejará nunca la coalición con Lambán por muy crítica que se ponga con Sánchez

Nadie pretende ni busca dejar su puesto de ministro con miles de euros al mes al bolsillo. Ni Maru Díaz dejará nunca la coalición con Lambán por muy crítica que se ponga con Sánchez por su gestión del Sáhara, del envío de armas a Ucrania o de la crisis actual del transporte. Dudo que se acuerden de dónde vienen o cómo han llegado hasta ahí. La Maru Diaz de 2015 no reconocería a la actual. Lo mismo con Alberto Garzón o Irene Montero. Por no contar la suma de asesores y palmeros que siguen ahí pervirtiendo sus principios por estar en el meollo de la alta política.

Ya da igual que las calles estén más cerca de la derecha que de la izquierda: ¿cómo puede Vox llegar a capitalizar el descontento y no la izquierda social o del no quedará nadie atrás? Lo decía ayer Rufián claramente. ¿Cómo puede ser Podemos útil o necesario? Porque tal y como está bien podría no existir. Ni canalizan las demandas de la calle, ni están en la conversación cotidiana. Son una caricatura.