Todo es frenético. No hay semana que pase sin que la inercia de los acontecimientos se nos lleve por delante. Todo va demasiado rápido. Tanto que conviene pedir una tregua. Parar. Respirar. Pensar. Hace solo unas semanas, el PP estaba liderado por un tal Pablo Casado, un volcán asolaba la isla de La Palma, los ucranianos vivían plácidamente sin temor a una invasión rusa, la palabra armamento no entraba en el vocabulario de la vieja Europa y nadie temía por encender la luz, llenar el depósito del coche o no encontrar una botella de leche o de aceite de girasol en los lineales del supermercado. El mundo vive al borde de la esquizofrenia. El paro del transporte y las cumbres celebradas esta semana en Bruselas por la guerra en Ucrania y la escalada de precios son la prueba del algodón de que todo está en modo cambio. El escenario exige más líderes y menos héroes ficticios. En definitiva, la sociedad anda perdida ante una crisis de representación que afecta a nivel global en este delirante siglo XXI. 

Este déficit apunta a la clase política, a los agentes sociales y a la sociedad, en general. ¿Quién me representa? Esta es una pregunta que encuentra hoy pocas respuestas.

Una crisis de representatividad asola hoy a las sociedades desarrolladas. El tejido productivo se encuentra cada vez más atomizado, las subcontratas campan a sus anchas y los intermediarios abundan mientras las tecnologías atropellan los procesos productivos. En definitiva, las relaciones de los trabajadores y las empresas con las organizaciones en las que se integran comienzan a sufrir importantes grietas. 

El tejido productivo se encuentra cada vez más atomizado, las subcontratas campan a sus anchas y los intermediarios abundan mientras las tecnologías atropellan los procesos productivos.

Las causas son muy variadas, pero, en esencia, destacan la pérdida del contacto con la realidad y la falta de autocrítica en lo más alto de las organizaciones sindicales y patronales, que se muestran incapaces de reinventarse y adaptarse a los nuevos tiempos. En el otro lado extremo, en el de los representados, afloran los colectivos que se creen con derecho a exigir, reclamar y parar un país sin aceptar las reglas del juego, las fijadas en todo sistema democrático. Las organizaciones tienen sus cauces de participación, sus órganos y sus propias normas, acordadas y votadas. Son las que nos hemos dado y quien no las acepte no debería entrar a jugar una partida a la que no ha sido invitado. 

El caso del conflicto del transporte ilustra a la perfección dos realidades confrontadas: la de unos trabajadores que no se sienten representados pero que han de afrontar unos problemas reales a los que nadie les da solución, y la de unas organizaciones que tienen capacidad de interlocución, a pesar de la miopía que a veces demuestran. 

Algunos trabajadores no se sienten representados pero han de afrontar unos problemas reales a los que nadie les da solución. Mientras, las organizaciones tienen capacidad de interlocución, pero exhiben miopía

Esta pasada semana, UGT y CCOO, junto a las asociaciones de consumidores y a la Federación de Barrios de Zaragoza (FABZ) convocaron una protesta por el incesante incremento de los precios. Toda la sociedad percibe la inflación galopante como un problema grave, pero en esa concentración apenas hubo un par de centenares de personas. Algo pasa.

En las patronales ocurre algo parecido. En Aragón, CEOE y Cepyme han afrontado sus relevos en los últimos años de una forma pautada, a veces dirigida, y sin apenas confrontación de ideas, de proyectos. Porque escasean los candidatos. En el caso de Cepyme Aragón, su presidente, Aurelio López de Hita, acaba de anunciar que no se presentará a la reelección tras 17 años en el cargo. Diecisiete años. La economía y la globalización, en definitiva, comienzan a dejar cicatrices, abrir brechas y agrandar unas desigualdades que parecen casi insalvables. Por eso, cuando salta la chispa, el conflicto estalla. Y eso suele ocurrir cuando no hay líderes con las ideas claras y sentido común.  

No es sencillo aunar intereses en un mundo tan cambiante, pero se echa de menos la presencia de grandes referentes en el escenario político, económico y social. Me paro a pensar en alguno y me viene a la cabeza Volodímir Zelensky. Su liderazgo es ya incuestionable porque tiene las ideas claras, predica con el ejemplo y tiene todo el apoyo del pueblo. Convendría tomar nota.