Mario Muchnik nos dejó y los periódicos rememoran su talento como editor y su polifacética proyección intelectual y humana. Mario editó dos libros de mi autoría y fueron dos ejemplos de calidad y belleza estética, como los fueron los que publicó en su vida porque, sobre todo, era un gran artista. Mario, Nicole su pareja, Dina, mi mujer, y yo fuimos grandes amigos, es decir, que nuestra relación fue intensa, profunda y también pendular. Siempre estuvimos muy cerca pero a veces, por futilezas, nos alejamos, en especial cuando dejamos Madrid y nos instalamos en Buenos Aires.

Cuando Dina y yo retornábamos a Madrid y nos reuníamos con Mario y Nicole, nuestra amiga entrañable, la velada se prolongaba porque Mario era, ante todo, un fascinante conversador que traía a la mesa anécdotas inimaginables sobre personajes que conoció y situaciones extravagantes que compartió en los numerosos escenarios de la cultura contemporánea en los que decidió aventurarse. Mario fue un científico destacado, un fotógrafo de mirada sensible, un editor arriesgado y atípico, un polemista apasionado, un amigo entregado y demandante y, sobre todo, un hombre de convicciones democráticas que sabía defender con argumentos sólidos.

En un momento en que la vida me va despojando de lo mucho que amo la muerte de Mario me ha empobrecido aún más. En pocos días, lamentablemente ya sin Dina, iba a viajar a Madrid y tenía la ilusión de reencontrarme con Mario y Nicole, y, aunque “nosotros, los de entonces, ya nos somos los mismos”, intentaba reconstruir el clima de aquellas noches fraternales que compartimos durante años. He dejado en mi vida varios diálogos inconclusos de los cuales estoy arrepentido. En algunos casos intenté repararlos para cerrar el círculo y no siempre lo conseguí. Mario partió antes de tiempo y mi mundo se quedó aún más solo. En estos balbuceos espontáneos se refugia mi dolor, mi tristeza y mi soledad y también mi incapacidad de manifestarlos. Aunque tarde, querido Mario, te doy el abrazo fraternal que los dos nos merecemos.