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Candido Marquesan

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Cándido Marquesán

Prácticas de solidaridad intermitentes

Merece la pena destacar la labor de acogida a la población ucraniana por parte de la sociedad

Merece la pena destacar la labor de acogida a la población ucraniana por parte de la sociedad europea. Nos ennoblece. Mas, ver las imágenes, sobre todo de mujeres y niños, con esas miradas temerosas, consecuencia de una guerra cruel, me retrotrae a una situación semejante de muchos españoles, que tuvieron que pasar la frontera hacia Francia al finalizar la guerra civil. No quiero detenerme en el trato lamentable que se les dispensó en Francia, mas sí del dispensado en México, que no sé si los españoles lo hemos valorado suficientemente. En una visita hecha por diferentes diputados españoles en 1999 a México, quedaron extraordinariamente impresionados por las huellas dejadas por el exilio español en aquellas tierras, y los actos organizados allí para conmemorar el final de la guerra y la llegada de muchos españoles, que fueron extraordinariamente bien acogidos gracias a la iniciativa de su presidente Lázaro Cárdenas. En su primer desembarco en Veracruz fueron recibidos por una población volcada en las calles con un júbilo desbordado.

Testimonios

Quedan muchos testimonios de este momento, en que los veracruzanos comparten con ellos alegría y esperanza, pero también alimentos y techo. Así lo recuerda Juan Rejano en su emotivo libro 'La esfinge mestiza': Señor, le dijeron en la calle, ¿es usted español? /Sí, le respondo. / ¿De los que acaban de llegar? /Sí, vuelvo a responder. / ¿Qué no me haría usted el favor de venir a comer/con nosotros a nuestra casa? De junio de 1937 es el telegrama de Lázaro Cárdenas a Manuel Azaña a la llegada a México de los Niños de Morelia: Tengo el gusto de participarle haber arribado hoy sin novedad a Veracruz los niños españoles que el pueblo recibió con hondas simpatías […] El estado toma bajo su cuidado a estos niños rodeándolos de cariño y de instrucción.

Hecha esta incursión más que pertinente en nuestro pasado, retornemos al presente actual. Insisto que nos ennoblece la solidaridad occidental con los refugiados ucranianos. ¿Nos sentimos conmovidos porque ahora los refugiados son gente blanca de ojos azules, relativamente civilizados y europeos? Mas, también debemos serlo con las víctimas de las guerras de otros países. Y la advertencia está más que justificada. ¿Cómo podemos alardear de superioridad moral y de defensa de los derechos humanos, cuando en 2015, dejamos a cuatro millones de sirias abandonadas a su suerte a las puertas de la frontera de la UE? Frágil memoria. ¿Quién recuerda hoy a aquella periodista húngara zancadilleando a un hombre que quería cruzar la frontera? Polonia apenas en unos días ha acogido a más de 2 millones de ucranianos, pero el año pasado a un par de miles de personas de Irak, Afganistán o Siria, que desesperadamente huían de las guerras en Medio Oriente, les mandó el ejército para pararlos a la frontera con Bielorrusia, porque «el país no iba a aguantar semejante cantidad». ¿Hay alguna diferencia entre un sirio y un ucraniano? Esta solidaridad selectiva, es una muestra incuestionable de que existe una Europa que vota cada vez más a Santiago Abascal, a Víctor Orban o Andrzej Duda. Esa Europa que con ingenuidad creíamos sepultada para siempre en la vergüenza de la historia de nuestro pasado siglo XX.

¿Hay alguna diferencia entre un sirio y un ucraniano?

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En el fondo todo tiene una explicación. Ya viene de lejos. Occidente margina, excluye y desprecia a otros pueblos o naciones. Esa concepción eurocéntrica de superioridad permanece, que ha sido la causa de tantas hecatombes y que nos escupe a la cara la periodista Arwa Mahdawi, de nacionalidad británica, aunque su padre es refugiado palestino. Estar al lado de los ucranianos no significa ignorar la injusticia y la opresión en todos los demás lugares. No resta ni distrae de lo que ocurre en Ucrania preguntarnos por qué una foto 'viral' de una pequeña niña rubia erguida ante un soldado enfrente de un tanque era aclamada mientras la gente pensaba que la niña era ucraniana, pero se le dio un trato muy distinto cuando se señaló que la niña era en realidad Ahed Tamimi, una palestina que se enfrentaba a un soldado israelí. A los palestinos se les deshumaniza no solo en vida, también en la muerte. En la cobertura de la violencia en Gaza en 2019, el 'Washington Post' del 6 de mayo escribía: «mataron a cuatro civiles israelíes… y murieron 23 palestinos». La CNN informaba de forma parecida. No importan las vidas palestinas. Los medios de comunicación norteamericanos y europeos cuentan las muertes palestinas, de forma rutinaria, como accidentes al azar. Como si los palestinos sigan andando en dirección a las balas.

Fortaleza racista

«La injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes», dijo Martin Luther King. Cuando se ignoran los derechos humanos en una zona, se contribuye a debilitarlos en todo el mundo. Cuando te encoges de hombros ante la opresión en un lugar –en Siria, Irak, Yemen, Gaza, Etiopía, Libia, Malí, Marruecos…– contribuyes a abrirle las puertas en otro. La práctica del solidaridad no puede ser intermitente.

La imagen del niño sirio, Aylan Kurdi, ahogado en una playa del mar Egeo el 2 de septiembre de 2015 es una afrenta para toda Europa. Nuestros gobernantes prometieron actuar. Y desde la muerte de Aylan, según Save The Children a septiembre de 2016, en un solo año, otros 423 niños se ahogaron en el Mediterráneo. Por ello, no es descabellado afirmar que Europa es una fortaleza racista.

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