El Periódico de Aragón

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Antonio Morlanes

‘Liberté, égalité, fraternité’

En toda esta vorágine que vivimos hemos dejado de conocer quiénes somos nosotros mismos

¿existe alguien que no sea una permanente interrogación a lo largo de su vida? Si es así me gustaría conocerlo, pues estar decidiendo de manera constante no equivocarse es en cualquier caso sorprendente. Estoy escribiendo estas palabras y al mismo tiempo me pregunto si no estaré errando. Cada uno puede administrar sus inseguridades como quiera, pues esta es una vida basada en las libertades y, por supuesto, en responsabilidades. De unas y otras debemos ser capaces de responder.

Estamos en una sociedad en la que cuando sobrevienen acontecimientos, y es raro que no los haya, todos tenemos la respuesta a esos problemas y no entendemos que quienes han tenido la responsabilidad de encontrar la solución y aplicarla no lo hayan hecho. Parece que seamos especialistas en elegir para liderar instituciones y empresas a los más incapaces, y queden fuera de esa responsabilidad aquellos que, sin dudarlo, tienen siempre una solución en la mano. El mundo al revés o quizás es que nos sobrevaloramos, pero desde la barrera. El mejor ejemplo de esto son los tertulianos, ya en alguna ocasión lo he comentado; hacen la crítica, aportan el remedio, desprecian a quienes no lo han visto como ellos y además lo hacen despectivamente. Por fortuna no son todos así.

Si no hacemos un esfuerzo que nos permita entendernos y respetarnos, la RAE deberá volver a definir la palabra convivencia, estableciéndose como: sistema de vivir unos con otros mirándonos de reojo y sin confiar en nadie. Triste, muy triste.

Pero entremos en materia. Es cierto que las sociedades han tenido siempre una continua evolución. Han ido avanzando unas veces con mayor rapidez que otras, pero hay algunas fórmulas que eran estables en el tiempo, sin embargo, en la actualidad han sufrido un rotundo cambio, por poner un periodo de referencia podríamos decir que en los últimos treinta años. Las personas mayores eran quienes a través de sus experiencias aportaban seguridad a todo el colectivo, se producía una relación de respeto, los habían llevado a todos ellos hasta el lugar que en ese momento ocupaban y ahora les asesoraban en las decisiones que debían de tomar, como contrapartida se les garantizaba no solo su subsistencia hasta el final, sino también protección y permanecer integrados en el colectivo, era una fórmula justa de lo que ellos habían entregado y ahora recibían. Esto ha cambiado. Hemos hallado ese instrumento llamado residencias que nos rescata de la responsabilidad de cuidar a nuestros mayores, pero también hemos abandonado la fuente de la experiencia que nos aportaban. Quizás debamos reflexionar sobre todo esto.

Creo que estamos viviendo en una sociedad a la que le damos tal velocidad que nos incapacita para poder serenar los avances, reflexionar los errores y en definitiva hacer de la vida un aprendizaje productivo, en especial en nuestra humanidad, que es la que nos da la facilidad de relación positiva en la especie. No deberíamos asumir como evolución aquello que no podemos reposar y, por tanto, conseguir que forme parte real de nuestra historia. Tomemos como ejemplo un invento tan importante para el hombre por su papel fundamental en la difusión de las ideas. Un alto porcentaje de personas serían capaces de explicar que en el siglo XV Gutenberg inventó la imprenta en su concepción moderna, sin embargo y con toda seguridad, salvo generaciones del siglo XX en su primera mitad, nadie conocerá la aparición de las máquinas de escribir, han pasado sin pena ni gloria, pero continúan siendo la base de los modernos ordenadores y móviles con su formato de teclado. Todo se produce demasiado rápido.

Me voy a permitir confesar mi disconformidad con quienes se contraponen a la positividad que ofrece la pluralidad de pensamientos y la no linealidad de la vida individual. En toda esta vorágine que vivimos hemos dejado de conocer quiénes somos nosotros mismos, creemos que eso nos viene de manera natural, pero en algún momento nos deberíamos preguntar ¿quién soy yo?, ¿qué fines e ilusiones tengo? Podríamos hacerlo todos los días al acostarnos como un breve ejercicio de autocrítica y reflexión. El resultado sería muy esclarecedor: sé quién soy y adonde voy.

Hay quienes no están de acuerdo con la desaparición de las fronteras, porque en ese caso nos invadirían al no existir esas virtuales líneas de separación y creo que es justo lo contrario. ¿Quién invade la mar si no está limitada por nada ni nadie? Cualquier barco puede ir por donde considere, en alta mar me refiero y no solo eso, si además aceptamos que el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nos habla del derecho de las personas a la libre circulación en cualquier territorio, así como la elección de su residencia, sin fronteras, no existiría la migración, todos seríamos de todos los sitios. Ya Marco Tulio Cicerón decía «Hemos nacido para unirnos con nuestros semejantes y vivir en comunidad con la raza humana».

Admitamos que somos servidores de nuestra propia subjetividad y por tanto nadie es dueño de verdades absolutas, si no lo entendemos así, estaremos lejos de un modelo de convivencia pleno y positivo. Demos valor al slogan de la Revolución Francesa «Liberté, Égalité, Fraternité».

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