El Periódico de Aragón

El Periódico de Aragón

Joaquín Santos

El caos de la solidaridad líquida

Nos conviene distinguir el verdadero compromiso solidario del buenismo por un día

«Hay hombres que luchan un día y son buenos, hay otros que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay hombres que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles». Estos versos de Bertold Brecht y popularizados por Silvio Rodríguez en los años 80, resuenan desde hace unas semanas ante el espectáculo de solidaridad impulsiva y desordenada generado con los refugiados ucranianos.

Mi mirada siente la necesidad de volver a las enseñanzas que aprendí en esos años de formación juvenil, años de iniciación y formación en torno a la idea del compromiso. Eran años en los que todavía mirábamos a los que nos antecedieron para aprender de sus aciertos y errores, de su experiencia. Si algo nos contaban los que de esto sabían un rato, era que cuando te metes a intentar hacer algo por los demás lo debes hacer a fondo, con constancia, teniendo muy claro que la cosa no era para un día. También me enseñaron mis mayores que a la hora de enfrentar un compromiso solidario y transformador de la realidad se debía partir de un análisis con al menos dos dimensiones, una personal que debía centrarse en responder la pregunta sobre el alcance de la propia voluntad y otra social, sobre las consecuencias reales que la acción podía causar en el entorno sobre el que iba a actuar.

El compromiso exige responsabilidad, es decir, capacidad de respuesta por lo que se hace y sus consecuencias, una respuesta que exige su adaptación a la realidad analizada. Si, además, se va a establecer una relación de ayuda con otras personas, se debe tener claro el alcance de nuestra actuación, las verdaderas necesidades de esas personas, la aceptación de su voluntad de ser ayudados, las implicaciones reales sobre lo que puede suceder. Se trata de ser conscientes de que la sociedad no deja de ser un sistema y de que mover una pieza acarrea cambios en el conjunto del sistema, que estamos interrelacionados y que las actuaciones que emprendamos tienen más consecuencias de las aparentes y que la acción verdaderamente comprometida debe tenerlas en cuenta.

Consecuentemente, el compromiso solidario, el ejercicio en realidad de la solidaridad, exige racionalidad, análisis, compromiso a largo plazo, aceptar que pueden producirse consecuencias inesperadas de las que tenemos que hacernos responsables, reflexión sobre uno mismo y lo que le rodea, estabilidad, estructuras y, sobre todo, organización colectiva.

Este mundo emocional y líquido en el que nos movemos hace ya varias décadas huye precisamente de todas estas enseñanzas. Nos mueve lo puramente emocional y nuestras motivaciones más primarias. Nos mueve un narcisismo que tiñe cada vez más nuestras reacciones. El propio ombligo se ha convertido en el centro de todas las cosas. Creemos que nuestros impulsos son la medida del mundo y obviamos que nuestros impulsos tienen consecuencias que debemos arrostrar.

Llevo varias semanas escuchando a mi alrededor la sorpresa y la alarma que están causando las iniciativas teóricamente solidarias de las personas que se lanzan a las fronteras ucranianas para recoger al primero que se pone a tiro y traerlo a nuestro país para, inmediatamente después, desentenderse personalmente de la suerte que puedan correr esas personas. Los que participan de estas acciones desorganizadas no son conscientes, por ejemplo, de que sus impulsos están generando el caldo de cultivo adecuado para que se puedan producir todo tipo de actividades mafiosas; las redes de trata y de abuso infantil están frotándose las manos con estos movimientos, que añaden, además, mucha complicación a las actuaciones y esfuerzos de los responsables administrativos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y de protección de las víctimas.

Se actúa sin valorar las consecuencias a medio y largo plazo de la acción. Se piensa solo en lo inmediato, en la actuación breve, aparentemente heroica, que procura una satisfacción inmediata. Es un modelo de solidaridad que sigue el patrón de la «comida basura»: rápido y poco exigente con la calidad. Las personas con las que queremos ser solidarios se merecen mucho más de nosotros. Como una buena comida, la verdadera solidaridad exige la presencia del compromiso personal y social y, por lo tanto, exige todo un proceso de preparación y elaboración para que el resultado sea satisfactorio.

Necesitamos, como sociedad, recuperar un concepto de compromiso social que supere las enormes limitaciones y deficiencias de nuestra emocionalidad líquida y narcisista. Necesitamos pasar del impulso solidario al compromiso transformador que implica la participación en organizaciones estables, amplias y fuertes, por la constancia en el esfuerzo, por la planificación a medio y largo plazo de las consecuencias de las acciones, por la coordinación y encaje en las estructuras existentes de solidaridad y administrativas. Nos conviene saber distinguir el verdadero compromiso solidario del buenismo por un día. Necesitamos el primero. Nos sobra el segundo.

Compartir el artículo

stats