El Periódico de Aragón

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José Luis Corral

Julio César, el romano de la historia

He dicho y escrito en diversas ocasiones que la Historia es una arma ideológica formidable y que su uso público ha servido para que el Poder, con mayúsculas, se justifique y trate de usar el pasado para asentar sus postulados de presente.

En estos últimos días se ha desatado cierta polémica sobre la enseñanza de la Historia, que, desde luego, no puede circunscribirse a una mera relación de nombres y fechas, como ocurría medio siglo atrás, cuando lo único que importaba era conocer de memoria la lista de los reyes godos. La enseñanza de la Historia debe ser crítica y dinámica, y debe incidir en la comprensión del desarrollo de los procesos históricos para entender el presente que vivimos. En los planes de estudios más recientes, la enseñanza de la Historia de los siglos XIX y XX (la Historia Contemporánea) ha ido ganando espacio de manera extraordinaria, relegando a las otras Edades (Antigua, Media y Contemporánea), hasta tal punto que se planeta estudiar Historia de España sólo desde las Cortes de Cádiz de 1812. Sería un error, porque a ver cómo se entiende que se expliquen las Revoluciones Francesa y Estadounidense sin tener la menor idea de qué supuso el Feudalismo, o que se estudie en los colegios el concepto de Democracia sin saber quiénes fueron Sócrates, Platón y Aristóteles. La Historia (y noten que uso constantemente la mayúscula, entendido este concepto como disciplina de estudio y enseñanza) no comienza en 1812. Hay que explicar que hubo un largo periodo en el cual existieron seres humanos que fueron esclavos de sus amos, y otro en el hubo personas que fueron siervos de sus señores, y que esos procesos sucedieron en un tiempo concreto y con una sucesión determinada.

¿Cómo entender el Poder y el funcionamiento de sus mecanismos sin saber que en el siglo I a. C. hubo un joven romano que cuestionó y criticó la asunción del poder absoluto en sus comienzos como político pero que acabó siendo nombrado dictador en cuatro ocasiones y ejerció el imperium absoluto hasta su asesinato en aquellos nefastos idus de marzo del año 44 a. C.?

Probablemente los nuevos planes de estudio ignoren todos estos asuntos y nos conducirán a un mundo más inculto, lerdo e ignorante, pero, de momento, Santiago Posteguillo, uno de los más grandes escritores españoles, está empeñado en que esta historia no se olvide. Lo acaba de hacer magistralmente en su novela Roma soy yo, la primera de una serie sobre Julio César, que dejó una huella indeleble en la historia y en la literatura. No la borrarán.

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