El Periódico de Aragón

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Olga Bernad

Hoguera de manzanas

Olga Bernad

Radikal fruit

Veo en Netflix un documental sobre los atentados del verano de 2017 en Barcelona y Cambrils. Me quedo perpleja ante lo «normales» que parecían esos chicos. Me pregunto por las razones profundas de la radicalización de cualquier tipo y siempre afloran ingredientes repetidos: pervive en nuestros cerebros una especie de tribalidad casi animal, aunque a veces parezca que duerma bajo nuestra conciencia. Es más fácil sentirse ajeno a esto cuando las cosas vienen más o menos bien dadas: hay trabajo, ocio, consideración social y una cierta cultura; entonces triunfa el individualismo, el hedonismo y hasta una suerte de amabilidad grupal.

Las diferencias culturales, religiosas, sociales y económicas no desaparecen, pero se diluyen o al menos se toleran mejor. Pero cuando todas o algunas de esas cosas fallan, comienzan los problemas. Si el futuro se complica, eres distinto, te consideras históricamente ultrajado y hay quien te lo hace sentir de manera personal, emerge esa capa de tribalidad que permanecía dormida. Se asienta sobre bases muy profundas e irrumpe a la manera del volcán.

Sentir que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos nos alienta, nos da una extraña fuerza psicológica, nos lleva lejos. No siempre para bien. A su vez, esas explosiones que van más allá de lo literal alientan otras. El independentismo catalán siempre enarboló las injusticias con ellos cometidas como razón y fábrica de su sentimiento, pero ese mismo independentismo fue también una fábrica eficaz para un nuevo y emergente nacionalismo español. De igual manera, la venganza contra inocentes que determinado islamismo administra vuelve más cierto un racismo que también está siempre en peligro de aflorar. No hay nada más peligroso que el miedo a los demás. Y no es nada fácil salirse de esas norias. Muchas veces los demás dan miedo.

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