"Ser o no ser, esa es la cuestión», como diría el Hamlet de Shakespeare. Traducido a los tiempos modernos, llevar o no llevar. Ser o no ser del club de la mascarilla en estos días convulsos, en los que, por Decreto Ley, y después de casi dos años de embozalamiento, las mascarillas en interiores han dejado de ser obligatorias, aunque sigan siendo, y nunca mejor dicho, una cuestión de estado, y también de Estado.

En primer lugar, porque son muchos los que después de tanto taladramiento mental por parte de políticos, sanitarios, supuestos expertos, pandemistas diversos, medios al servicio de la causa, no están en plenas facultades mentales para discernir lo que es algo más que coherente, lógico, que cae por su peso, para nada imprudente ni en absoluto precipitado, sino más bien todo lo contrario, pues llega tarde, y mal. De ahí, que hablemos de cuestión de Estado, que incapacitado por su covid mental crónico, aprueba de nuevo una norma, ambigua, con vacíos y lagunas redaccionales, que posibilitan y otorgan poderes de toma de decisión a los responsables de las instituciones, empresas y negocios diversos, con objeto de que sean ellos, desde sus departamentos de riesgos laborales, los que decidan si sus trabajadores o clientes deben o no, llevar la mascarilla. Pilatos se quedaba corto, comparado con este Ejecutivo descafeinado incompetente coronavirizado.

Que se lo cuenten al Gobierno de Aragón que anda de medio lado tratando de interpretar la norma, evaluando si su personal laboral debe-puede dejar de vivir o no, en el seno de un estado islámico impositor del tapabocas unisex de última generación. Tremendo dilema vital: máscara o no máscara. Ustedes decidirán, pero por favor, dejen de una vez, su particular mascarada burlesca.