El Periódico de Aragón

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Antonio Piazuelo

El artículo del día

Antonio Piazuelo

El desagüe de la democracia

La mezcla de mentiras, propaganda y odio se detecta con facilidad en toda Europa, también aquí

Decía Manuel Vázquez Montalbán que ser de izquierdas consiste básicamente en mantener el optimismo histórico, creer que, por malos que sean los tiempos que vivimos y aciago que se presente el futuro, el curso de la Historia lleva inevitablemente (a poco que pongamos de nuestra parte) hacia un mundo mejor, más libre y más igualitario.

Bueno, pues yo no sé si es que mi optimismo histórico, o mi izquierdismo, flaquea con los años, o que Vázquez Montalbán no imaginaba la que se nos venía encima. Lógico: falleció hace casi veinte años, cuando el teléfono móvil aún no era una prolongación del cuerpo humano y los partidos fascistas no pasaban de ser una anécdota en la política europea.

Supersticiones

Para el bueno de Vázquez, como para la mayoría de los progresistas españoles, herederos de la Ilustración, el acceso masivo al conocimiento barrería las supersticiones que sustentaban el antiguo régimen y pondría en manos de la población el arma definitiva para emanciparse: el voto. Un voto bien informado, un voto crítico poco manipulable por las clases dirigentes que gobernaban a costa de la pobreza, la ignorancia, el temor y el analfabetismo (extendidos por todo el país) como llevaban haciéndolo toda la vida.

Razones tenía el creador del detective Pepe Carvalho para seguir siendo un 'optimista histórico' y hasta para seguir siendo de izquierdas. Con todos los fallos, que los hubo y de buen calibre, el periodo que fue desde la muerte del dictador hasta pocos años después de la desaparición de Vázquez Montalbán es indudablemente uno de los mejores, si no el mejor, de la Historia de España. El salto económico, favorecido por la entrada en la Europa comunitaria, el acceso generalizado a esa nueva prosperidad, el esfuerzo educativo y sanitario –sin comparación con otras épocas–, incluso el peso como país en las grandes decisiones europeas –Tratado de Maastricht, moneda única…– después de más de dos siglos sin pintar gran cosa en el panorama internacional son, entre otros, argumentos que avalan lo que acabo de decir.

Y podríamos añadir cosas parecidas del mundo en general. La Guerra Fría acabó y la Europa del Este se reconcilió con la del Oeste en la casa común de la Unión Europea. La URSS desapareció de la noche a la mañana y Rusia inició un tortuoso viaje hacia la democracia, o eso parecía… No hace falta decir en qué terrorífica estación se ha detenido el viaje.

Realidades palpables

Pero, incluso dubitativamente, el rumbo de la Humanidad parecía bueno. No nos dimos cuenta de que un virus muy peligroso (y no me refiero al covid) crecía imperceptiblemente debajo de aquel paisaje risueño. No era un virus desconocido: en Europa lo conocíamos bien y solo había sido erradicado unas décadas antes. A un coste brutal que asumieron generaciones enteras. El virus fascista tiene características que lo hacen fácilmente identificable. Se transmite a través de las mentiras y, como es lógico, los ambientes contaminados por falsas informaciones son ideales para su propagación. Inocula a sus víctimas la toxina del odio y genera en ellas alucinaciones que les hacen ver como reales hechos inexistentes. Tan inexistentes como una invasión de inmigrantes que vacía lar arcas de las ayudas sociales y se queda con nuestras casas, cuando no asalta a las mujeres o genera oleadas de violencia. Al tiempo, el odio descarta como imaginarias realidades palpables: no existe la violencia machista, solo es una argucia de las feminazis, empeñadas en sojuzgarnos hasta en la intimidad del hogar, y tampoco hay una justa reivindicación de verdad histórica, sino afán de revancha. La mentira que genera odio, destruye la discrepancia entre adversarios políticos y la sustituye por la dialéctica amigo-enemigo. Ya se sabe, al enemigo, ni agua. Y a los nuestros… ya saben lo que dijo Trump: puedo salir a la calle con una ametralladora y disparar a todo lo que se mueva, que los míos me seguirán votando.

Esa mezcla de mentiras, propaganda a sacos y odio se detecta ya hoy con facilidad en toda Europa y también aquí, por supuesto

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Esa mezcla de mentiras, propaganda a sacos y odio se detecta ya hoy con facilidad en toda Europa y también aquí, por supuesto. Todos sabemos cuántos sacrificios y cuánto dolor costó superar aquella pandemia de los años 30, pero aquí tenemos ya la dialéctica amigo-enemigo bien instalada en la política de muchos países, algunos con una irreprochable tradición democrática. Esa dialéctica amenazadora emponzoña la política y convierte el voto (la expresión de una elección informada y argumentada) en expresión activa de adhesión ciega a la ideología propia y rechazo de la ajeno.

Debería preocuparnos que las encuestas, a tanta distancia de unas elecciones, apenas reflejen los avatares de la actualidad, no premien el trabajo bien hecho y castiguen la incompetencia o la trapacería: como mucho, hacen moverse el voto dentro de cada uno de los dos bloques, el de la izquierda progresista y el de la derecha reaccionaria. O sea, un voto ideológicamente identitario.

Muchos temporales

Apenas se habla sobre la difícil acción del Gobierno en medio de tantos temporales como ha tenido y tiene que capear, ni de los éxitos ni de los errores. La oposición se obstina en usar la brocha gorda. Sánchez entrega España a sus enemigos, miente como un bellaco y es capaz de cualquier tropelía con tal de viajar en Falcon, como si algún presidente de derechas hubiese viajado en un Opel 'Corsa'. Y la izquierda no es capaz de esquivar esa agenda monotemática, de modo que solo discuten de política... entre ellos. Los últimos sondeos lo dejan meridianamente claro: ante el dilema de elegir entre un Gobierno que, con todas sus contradicciones, intenta actuar para paliar los daños y una oposición compuesta por un partido que acaba de abrirse en canal de la forma más obscena y que limita sus propuestas a rebajar impuestos (con el añadido de los fascistas), los españoles no inclinan la balanza de las encuestas de forma notable. Y eso significa que algo grave sucede.

Y ese algo es la dialéctica amigo-enemigo. Estoy seguro de que, si viviera, Vázquez Montalbán estaría advirtiéndonos de ello y de que, por el desagüe del odio, se vacían la democracia y las libertades.

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