La primera vez que oí hablar de la reforma de La Romareda, de su conveniencia, urgencia o necesidad, fue en 1995, en boca de quien era entonces concejal de Deportes del Ayuntamiento de Zaragoza, Fernando Villar. Decía Villar que el estadio de fútbol estaba obsoleto, que era indigno, inseguro e incapaz de albergar grandes eventos deportivos.

Desde aquel diagnóstico han pasado veintisiete largos e inútiles años, los últimos diez con el equipo en Segunda División. Increíblemente, el aspecto y la situación del estadio sigue siendo la misma o, si contamos el deterioro causado por el paso del tiempo, peor.

Durante todo este último cuarto de siglo, los concejales del consistorio zaragozano han discutido y debatido en innumerables ocasiones sobre el futuro de La Romareda, su reforma o traslado. Intentarse, se ha intentado. Se encargaron o aprobaron por concurso varios proyectos y se gastaron millones en pagarlos, pero en cuanto todo parecía a favor fallaban los votos, se caían los argumentos que parecían válidos y con ellos, como un castillo de papel, ese nuevo o renovado estadio jamás inaugurado.

Ahora, inmune al desaliento, el Ayuntamiento de Zaragoza vuelve a empezar de cero. Unos concejales opinan que hay que reformar la actual estructura; otros se inclinan por levantar un coliseo nuevo en Valdespartera; y hay terceros que buscarían distintos emplazamientos, repitiéndose, en todos los casos, el mismo proceso que ya se enquistó.

Los populares parecen dispuestos a impulsar algún proyecto, pero los socialistas plantean que antes de invertir en infraestructuras públicas el nuevo dueño de esa empresa privada que es el Real Zaragoza, quien todavía no se ha dignado pisar la ciudad ni siquiera para conocer a los jugadores o el campo, exponga qué equipo pretende construir, con qué aspiraciones y medios. Primero el huevo y después la tortilla.

A la vista de tan confusas circunstancias, de la ausencia de una directriz clara, todo indica que la ceremonia de la confusión seguirá rigiendo el destino de un campo de fútbol, La Romareda, al que miles de zaragozanos siguen yendo en busca de unas sensaciones que el tiempo, la desidia, la incompetencia en la gestión, la pobreza del juego, la falta de talento y de ambición han reducido a muy modestas esperanzas.