El Periódico de Aragón

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Sergio Ruiz Antorán

Desde Tolva

Sergio Ruiz Antorán

El camino

Tengo que investigar si Elia Kazan se empadronó en Sagarras. No creo porque no les gustan mucho los chivatos por allí. Su Esplendor en la hierba es lo que tenemos en nuestras pantallas los que vivimos por los pueblos.

El paseo de Tolva a Sagarras es pura poesía. Los brotes esmeralda de los cultivos o el amarillo soleado de colza se extienden en kilometraje infinito hasta que el ojo desenfoca de belleza. El atardecer añade una delicia cromática que en primavera da gloria. Los arbolitos en flor y las huertas bostezando tras el largo sueño firman la falsificación de Van Gogh. Es el regreso de la vida.

Los lugareños salimos como caracoles despidiendo el invierno y agradeciendo las horas extras de luz. Porque aquí no tenemos cine multipantalla pero si multisenderos donde perderse.

Esta oportunidad germina otra de las habilidades que adquiere el neorrural: identificar caminos. De tanto pateo uno termina enterándose que las viejas rutas iban encajonadas en muritos bien compuestos al acercarse al pueblo. Mirando al suelo uno alucina cómo podrían enlosar la tierra.

Hay pistacas forestales buenas por donde trepa hasta un Seat Panda, abiertas a dentelladas de pala, o de grandes guijarros, embarradas, rotas para que solo suba Barasona a tope de la tracción a ver las colmenas.

Suelos de crujir la hojarasca caduca, de mínimas rocas, hasta de arena cerca de los remansos de los ríos. De césped natural en parajes de pasto o bosques. Cuesteras de gemelo definido.

Las cabañeras amplias picadas por las pezuñas de rebaños y peladas por la voracidad de ovejas. Seguir los rastros de los animales suele llevar a enfoscarse. La vaca campa por donde quiere y te guía a embarcada buena. Parecido si sigues los conguitos de las cabras.

A mi me encanta recorrer esos caminos perdidos, por los que pasa solo el olvido y el corzo aburrido. Son fáciles de identificar. Coto de cazadores y avenida de jabalíes, las zarzas son ocupas sin desalojo. Hay que ir vestido de largo para no terminar como Cristo en la cruz. Sendas que acaban en bordas derruidas y torres mochadas, ermitas sin Dios, campas cubiertas de escorpín por desgana de ganado, donde la vegetación te hace la emboscada. Esa nada tan mortal, que recuerda que el final de cualquier camino siempre es ese. Nada quedará, solo la naturaleza y el silencio. Nos pongamos como nos pongamos, nuestros pasos desaparecerán, por eso sigamos disfrutando de cada atardecer en Sagarras. Viviendo. Sin tanto odio, queriendo más al personal y cuidando más al planeta.

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